martes, 5 de diciembre de 2023

Los generales de los mercenarios griegos

En la última sección del libro II de la Anábasis, Jenofonte describe a los generales del ejército griego que fueron capturados por Artajerjes mediante un engaño y posteriormente ejecutados. Son cinco los nombres: Clearco, Próxeno, Menón, Agias y Sócrates. A los últimos dos, Jenofonte apenas les dedica unas palabras, pues considera que no se destacan en nada. En cambio, es minucioso en la descripción de los primeros tres, puesto que poseen características significativas en relación con el arte de la guerra que tanto interesa al autor, por lo que realiza una detallada descripción del carácter de cada uno, subrayando tanto virtudes como defectos. 

En primer lugar, presenta al espartano Clearco y destaca positivamente su "amor por la guerra" (φιλοπόλεμος) y su capacidad de conducción. Sin embargo, observa en él algunas falencias. Por un lado, carecía de atractivo para sus soldados, pues tenía un mal carácter y una apariencia desagradable. Por otra parte, dice que imponía la disciplina mediante castigos y una gran severidad, de modo que no era querido por nadie ni tenía amigos (una tara significativa para la sociedad griega). En segundo lugar, presenta al beocio Próxeno, amigo personal de Jenofonte y discípulo del sofista Gorgias. Señala que era un hombre ansioso y ambicioso, aunque con un fuerte sentido de la moral. A diferencia de Clearco, este sí poseía un carácter agradable, pero no tenía la firmeza de ánimo necesaria para imponer la disciplina en sus subordinados. Esto generaba divisiones en la tropa, pues los "buenos" lo seguían y los "malos" boicoteaban su liderazgo. En tercer lugar, se nos presenta el tesalio Menón, el mismo del diálogo platónico, aunque Jenofonte proporciona una imagen diametralmente distinta a la de su coterráneo respecto de este hombre. Para el autor, Menón no poseía ninguna virtud, solo defectos. La inmoralidad de este general está marcada por la subversión de los valores más importantes de la sociedad griega, entre las que Jenofonte destaca el desprecio y el maltrato hacia los amigos. Menón, en este sentido, es la imagen invertida del general ideal, dado que su ambición no está restringida por ningún sentimiento moral como en el caso de Próxeno, pero sí logra hacerse obedecer por sus subalternos, no mediante la fuerza como Clearco, sino por la complicidad en las injusticias. 

Jenofonte, entonces, enseña mediante estos tres casos las características que definen a un buen general: la capacidad de mando, un buen carácter y un fuerte sentido de la moral. Clearco solo posee lo primero; Próxeno, lo segundo y tercero; y Menón, ninguno. Curiosamente, para Jenofonte, no es un griego el que contiene estos tres rasgos, sino el bárbaro Ciro, a quien presenta en el libro I de su Anábasis como el comandante perfecto.

La traducción que sigue me pertenece, y en ella traté de reproducir la simpleza de la prosa de Jenofonte, con sus repeticiones de palabras, las alternancias en los tiempos verbales y una sintaxis "descuidada".


Jenofonte, "Anabasis", II. 6. 1-30:

Los generales, habiendo sido así capturados, fueron conducidos ante el Rey y murieron decapitados. Uno de ellos, Clearco, de manera unánime según todos los que lo conocieron personalmente, llegó a tener fama de hombre diestro y sumamente aficionado a la guerra. Porque, en efecto, mientras hubo guerra entre los lacedemonios y los atenienses, se quedó, y cuando se produjo la paz, luego de haber convencido a su propia ciudad de que los tracios cometían injusticias contra los helenos y de haberse ganado como pudo la aprobación de los éforos, se hizo a la mar para guerrear contra los tracios del norte del Quersoneso y Perinto. Pero cuando los éforos, habiendo cambiado de algún modo de parecer estando él ya fuera, intentaron que regresara del Istmo, entonces ya no los obedece, sino que partió navegando hacia el Helesponto. Por esto, fue condenado a morir como rebelde por los magistrados en Esparta. Siendo ya un exiliado, se dirige a Ciro —y con qué clase de discursos convenció a Ciro, en otra parte está escrito—, y le entrega Ciro diez mil daricos. Habiéndolos tomado, no se entregó a la ociosidad, sino que, habiendo reunido un ejército con estas riquezas, guerreó contra los tracios, los venció en combate y, desde entonces, los saqueó y continuó guerreando hasta que Ciro tuvo necesidad del ejército. Entonces, se marchó para guerrear nuevamente con aquél. 

Estas cosas, en efecto, me parece que son las obras de un hombre aficionado a la guerra, que pudiendo tener paz sin deshonra ni perjuicio, elige hacer la guerra; que pudiendo estar ocioso, desea fatigarse en hacer la guerra; que pudiendo tener riquezas sin peligros, elige reducirlas haciendo la guerra. Como si de jovencitos o cualquier otro placer se tratara, este elegía gastar en la guerra. Tan aficionado a la guerra era. Diestro en la guerra, además, parecía ser en este sentido: era aficionado al peligro, cargando de noche y de día contra los enemigos, y en el peligro era lúcido, como reconocían unánimemente todos los que estaban a su lado. También se decía que tenía aptitudes para el mando, en la medida en que era posible según la clase de carácter que aquél tenía. Pues era también capaz como cualquier otro de pensar de qué modo tendría su ejército las provisiones y proveerlas, y también era capaz de hacer que los que estaban a su lado fuesen obedientes a Clearco. Lograba esto por ser severo, pues era temible de ver y tenía la voz áspera, castigaba con violencia y con ira a veces, al punto que a veces se arrepentía. Pero castigaba con un motivo, pues creía que un ejército indisciplinado no era útil, y también se contaba que decía que el soldado debería temer más al general que a los enemigos si se espera que haga las guardias o evite saquear a los aliados o marche sin peros contra los enemigos. En el peligro, entonces, elegían escucharlo con ahínco y a ningún otro elegían los soldados, pues entonces el semblante horrible decían que se mostraba radiante entre los otros semblantes y la severidad parecía desaparecer ante los enemigos, de modo que parecía salvación, no ya severidad. Pero cuando estaban fuera de peligro y era posible marcharse para ser guiados por otro, muchos lo abandonaban, pues no era agradable, sino que siempre era severo y cruel, de modo que estaban predispuestos los soldados hacia él como niños hacia un maestro. Por eso, jamás tuvo seguidores por amistad ni buena predisposición. A los que estuviesen a su mando obligados por una ciudad o por la pobreza o por alguna otra necesidad, trataba duramente como subordinados. Pero cuando empezaron a vencer con él a los enemigos, ya eran importantes las acciones que hacían útiles a los soldados que lo acompañaban, pues se mantenían valerosamente ante los enemigos y el temor de ser castigados por aquél los mantenía bien disciplinados. Tal clase de jefe era, y se decía no le gusta mucho ser conducido por otro. Tenía, cuando murió, alrededor de  cincuenta años. 

Próxeno de Beocia, desde que era joven, deseaba convertirse en un hombre capaz de hacer cosas grandiosas, y a causa de este deseo, le pagó a Gorgias de Leontinos. Luego de relacionarse con este, y creyendo que ya era capaz de liderar y, como era amigo de gente importante, de no ser menos haciendo beneficios, creía que obtendría con estas cosas un gran renombre, un gran poder y muchas riquezas. Aún deseando tales cosas, tenía completamente en claro también esto: nada de estas cosas querría obtener injustamente, sino que consideraba necesario conseguirlas de manera justa y honorable, pero sin estas, no. Era capaz de liderar a los mejores, pero era incapaz no solo de provocar respeto o temor en sus propios soldados, sino que también se avergonzaba más ante los soldados que los subordinados ante este. Además, era evidente que temía más hacerse odioso para los soldados que los soldados desobedecerlo. Creía que bastaba para ser y parecer un líder diestro el celebrar a los que obraban bien y el no celebrar a los que obraban mal. Por ello, los mejores de sus compañeros eran amigables con él, pero los malos complotaban al considerarlo manipulable. Cuando murió, tenía como treinta años. 

Menón de Tesalia claramente deseaba enriquecerse enormemente, deseaba mandar para obtener más, deseaba ser honrado para ganar más. Quería ser amigo de los más poderosos para no ser castigado al cometer injusticias. Para obtener las cosas que deseaba, consideraba que el camino más corto era mediante el perjurio, la mentira y el engaño, y que la sencillez y la honestidad era lo mismo que la estupidez. Era evidente que no quería nadie, y del que decía ser amigo, contra este resultaba claro que conspiraba. De ningún enemigo se reía, y siempre hablaba como burlándose con todos sus compañeros. Tampoco conspiraba contra las posesiones de sus enemigos, pues consideraba que era difícil tomar las cosas de los que están en guardia, pero a las de los amigos, solo él creía saber que era muy fácil tomarlas al no estar vigiladas. Y temía a cuantos percibía que era perjuros e injustos, creyendo que estaban bien armados, y se esforzaba por tratar a los piadosos y a los que ejercitan la honestidad como si no fueran hombres. Así como uno se enorgullece de la piedad, la honestidad y la justicia, de tal modo Menón se enorgullecía de poder engañar, de forjar una mentira, de burlarse de los amigos. Al que no fuese un maleante siempre consideraba que era un ignorante. Y de quienes intentaba ser el mejor amigo, creía debía lograrlo calumniando a los mejores amigos de estos. Se las ingeniaba para conseguir soldados obedientes mediante la complicidad en las fechorías. Se consideraba digno de ser honrado y de ser atendido, alardeando de que podría y estaría dispuesto a realizar muchísimas fechorías. Contaba como un favor, cuando alguien lo abandonaba, que no lo destruyó habiendo interactuado con él. Sobre su vida privada es posible equivocarse, pero lo que todos saben es esto: siendo todavía joven, logró que Aristipo lo nombrase general de los mercenarios, fue muy amigo en su juventud del bárbaro Arieo, pues se complacía con bellos jovencitos, y él mismo tenía, siendo imberbe, un amante barbudo, Taripas. Cuando fueron ejecutados los generales que marcharon contra el rey con Ciro, y aunque hizo lo mismo, no murió. Después de la muerte de los otros generales, fue ejecutado, no decapitado como Clearco y los otros generales —lo cual parece ser la muerte más rápida—, sino que se dice que halló su fin viviendo torturado durante un año como un malvado. 

Agias de Arcadia y Sócrates de Acaya también fueron ejecutados. De estos, nadie se burló como cobardes en la guerra ni los censuró en cuestiones de amistad. Tenían ambos alrededor de treinta y cinco años de edad. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario