jueves, 10 de septiembre de 2015

Arquíloco


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Yo sirvo al señor Enialio,
y conozco también el hermoso regalo de las Musas.


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En mi lanza el pan amasado, 
en mi lanza el vino de Ismaro,
en mi lanza bebo apoyado.

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Algún tracio se glorifica con mi escudo, arma irreprochable,
que abandoné sin querer junto a un arbusto.
Pero yo me salvé. ¿Qué me importa ese escudo?
¡Que se vaya a la mierda! Me voy a comprar uno mejor.


§

No quiero un general alto ni largo de piernas,
ni orgulloso de sus rulos ni afeitado,
sino una chiquito y chueco,
firmemente parado sobre sus pies, lleno de pasión.