A veces los
hombres necesitan de los vientos,
y a veces de las aguas de los
cielos,
lluviosas hijas de las nubes,
pero si alguien con esfuerzo
sobresale,
melodiosas odas se convierten
en origen de futuras alabanzas
y en confiables testimonios de
excelentes hazañas.
Este elogio irreprochable
a los vencedores olímpicos está
consagrado.
Nuestras lenguas quieren decirlo:
sólo gracias a un dios florece un varón con una mente
habilidosa.
Y ahora, Agesiadmo, hijo de
Argestrato,
por tu victoria en el boxeo,
voy a cantar una dulce canción,
adorno para
tu corona de dorado olivo
y para la
raza de los Locros Epicéfiros.
Únanse allí al canto triunfal:
les prometemos, Musas,
que ni a un pueblo inhospitalario
ni desconocedor de acciones nobles,
sino habilidoso y guerrero irán.
Al carácter innato
ni el fulgurante zorro
ni los rugientes leones alteran.