sábado, 30 de marzo de 2024

El club de los vírgenes a los 40

¿Y si dijéramos que El club de la pelea (1999) y Virgen a los 40 (2005) son dos comedias románticas que tratan el mismo tema y que transmiten el mismo mensaje? Suena descabellado, pero veremos que ambas películas abordan un problema social idéntico y se asemejan en muchísimos aspectos. Quizás las únicas diferencias sustanciales sean la forma y el tono cómicos: la primera es más satírica y contiene humor negro; la segunda, es más paródica y emplea muchos chistes verdes. 

Ambas películas son contemporáneas entre sí y se estrenaron con apenas seis años de diferencia. Las dos tienen como protagonistas a hombres solitarios. Ninguno tiene amigos ni novias. Los dos tienen empleos monótonos de oficina, sus casas están atiborradas de mercancías que compran en su tiempo libre y declaran desinterés por la pornografía. La única diferencia notable entre ellos es la edad: el de El club de la pelea tiene treinta; mientras que Andy; cuarenta. El protagonista de la película de Fincher se encuentra en el límite aceptado por la sociedad para escoger pareja, mientras que Andy lo ha superado holgadamente. Esta diferencia de edad es la que marca la distancia entre el drama romántico y la comedia romántica: un soltero de treinta años es un personaje dramático; pero uno de cuarenta deviene cómico.

Descubrimos, entonces, que las dos películas tienen a la mujer como núcleo de la problemática masculina. Ambas muestran que las relaciones amorosas con el género femenino representan una exigencia social ineludible, angustiante y agobiante. También señalan la creencia de que un hombre sin vínculos con las mujeres es un hombre incompleto o deficiente que desarrolla comportamientos anormales, infantiles o psicóticos. En su soledad, el protagonista de El club de la pelea crea un amigo imaginario y se comporta como un niño en su presencia. Andy, por su parte, colecciona muñecos y videojuegos como un adolescente, y sus compañeros de trabajo piensan que es un asesino serial a causa de su retraimiento. 

Sería ilustrativo comparar estas películas con otra comedia romántica de la época: American Pie (1999). Su protagonista es un adolescente a punto de cumplir dieciocho años que está desesperado por perder la virginidad antes de alcanzar la mayoría de edad. El tener sexo se vuelve una situación obsesiva y angustiante, pues teme convertirse en el hazmerreír de sus compañeros. Tras muchos intentos fallidos, logra acostarse con una mujer y recibe la aprobación de sus pares. Sabemos que Andy tuvo varios encuentros sexuales infructuosos durante esta etapa de la adolescencia y que renunció a tener parejas luego de estos fracasos. También podemos imaginar al protagonista de El club de la pelea en una situación semejante durante su adolescencia y suponer que ciertos encuentros insatisfactorios hayan provocado su alejamiento de las mujeres. El comentario de Tyler Durden sobre su rendimiento sexual abona esta suposición:

Resulta evidente que la vida sexual de la clase media norteamericana llamada white-collar está estrictamente reglamentada. El hombre debe perder la virginidad antes de los dieciocho y debe formar una familia antes de los treinta. En caso contrario, terminará excluido de su clase social y sufrirá de alguna psicopatía. Jim, el protagonista de El club de la pelea y Andy representan al hombre blanco estadounidense de clase media en tres etapas distintas de sus vidas, y sobre todos ellos pesa el mismo miedo a la virginidad, a la soltería y al bajo rendimiento sexual. Andy es en lo que el protagonista de El club de la pelea se podría haber convertido si no hubiese creado a Tyler Durden para superar su miedo a las relaciones amorosas. Y estos dos adultos frustrados representan una advertencia para el joven Jim sobre el incumplimiento de los protocolos sexuales propios de su clase. 

Llegamos a la conclusión de que soltería y soledad son sinónimos para la clase media norteamericana. Por alguna razón, un hombre soltero debe ser simultáneamente un hombre solitario, y las producciones cinematográficas refuerzan la creencia de que las relaciones de pareja son indispensables para la sociabilización y la salud mental de los hombres. Incluso El club de la pelea se revela como una película decepcionantemente conservadora, porque en el fondo contiene el mismo mensaje que las otras películas examinadas, a saber, que el hombre no puede realizarse en sociedad sin la concurrencia de una mujer.

viernes, 29 de marzo de 2024

"Fight Club" es una comedia romántica

No cabe duda de que Fight Club (1999) es una de las producciones menos comprendidas de Hollywood. No se trata de un drama satírico de la sociedad norteamericana ni de una crítica al capitalismo ni de una exaltación de la masculinidad y de la violencia. Tampoco se trata de una defensa del anticonsumismo o del anarcoprimitivismo [Ver: Tyler Durden: ¿vándalo o algo más?]. Fight Club es una película romántica, cuyo argumento gira en torno a un hombre incapaz de reconocer su amor por una mujer y que crea un amigo imaginario para superar su miedo a las relaciones amorosas. La propia película exhibe de entrada su propósito cuando el protagonista reconoce que la revolución "tiene algo que ver con una chica llamada Marla Singer". ¿Qué relación puede guardar una mujer con una revolución anarquista? Esta es la incógnita que me propongo responder en esta nueva entrada.

El anónimo protagonista es un treintañero que vive para el trabajo y al que no se le conocen amistades ni parejas. Es hijo de una pareja disfuncional y sabemos que tampoco tiene contacto con ellos. Es un hombre solitario y disgustado con su vida. A causa de un insomnio que lo aqueja, comienza a concurrir a grupos de apoyo para enfermos terminales. Allí logra calmar la angustia existencial que lo desvela por las noches [Ver: El tópico de la muerte en "Fight Club"] hasta que una mujer comienza a concurrir a las reuniones. La presencia de Marla Singer lo incomoda profundamente y toda su atención recae sobre ella al punto que invade sus sesiones de meditación. Entonces, un día decide encararla y pedirle que deje de asistir a las sesiones grupales porque su presencia lo distrae. Ante su negativa, deciden dividirse la semana para no coincidir en las mismas reuniones. Pero antes de separarse para siempre, el protagonista tiene un gesto contradictorio: le pide su número telefónico "por las dudas". Este es el primer indicio que el espectador atento tiene para saber que detrás de la distracción se esconde probablemente una atracción por Marla.

Poco tiempo después de este intercambio telefónico, aparece Tyler Durden, quien comparte curiosamente muchas características con la mujer que le gusta. [Ver: Marla Singer: ¿prototipo de Tyler Durden?]. El encuentro con este hombre marca el inicio de una serie de eventos que culminan en una revolución anarquista, siendo el primero de estos la explosión del departamento del protagonista. Entre los escombros, encuentra el número telefónico de Marla Singer y, como no tiene un lugar en el que quedarse, decide llamarla, pero se arrepiente y opta por hablar con Tyler. Evidentemente, vivir bajo el mismo techo que una mujer resulta incómodo para el protagonista. 

Su nueva amistad, las peleas y el vandalismo hacen que se olvide durante un tiempo de las mujeres. Pero en una conversación en el baño con su amigo, descubrimos por qué el protagonista no tiene novias. Allí nos enteramos de que ha construido su vida guiándose por los mandatos sociales que transmitidos por su padre: ir a la universidad, conseguir un trabajo y casarse a los veinticinco años. El protagonista cuenta con un título universitario y tiene un trabajo bien remunerado, pero no quiere casarse porque se considera "un niño de treinta años", es decir que todavía se siente demasiado inmaduro para sostener esa clase de relación afectiva. Tyler, sin embargo, insinúa a su creador que se equivoca en los siguientes términos: "Somos una generación de hombres criados por mujeres. Me pregunto si otra mujer es realmente la respuesta que necesitamos".

De esta manera, Tyler pareciera decirle que un hombre no puede vivir sin compañía femenina. Y poco tiempo después, recibe un llamado imprevisto de Marla al teléfono de su nueva casa, quien extrañamente dice que él le dejó el nuevo número. A la mañana siguiente, se la encuentra en la cocina de la casa y se entera de que conoció a Tyler y tuvo relaciones sexuales con él toda la noche. El protagonista se muestra visiblemente alterado por la noticia, por lo que su amigo le pregunta si Marla le gusta, pero él lo niega fingiéndose asqueado. Tyler, entonces, le pide que se mantenga alejado de Marla y ella se aparecerá repetidamente en la casa para tener sexo con su amigo. Las sesiones de sexo salvaje entre Marla y Tyler molestar muchísimo al protagonista, aunque admite que le produce morbo escucharlos y, en una ocasión, su amigo lo sorprende espiando y le propone un trío, pero se excusa diciendo que está cansado.

Desde la aparición de Marla, la amistad entre ambos comienza lentamente a correrse hasta que Tyler se cansa de su amigo y decide abandonarlo. En este interín, Marla le revela sin querer su verdadera identidad al protagonista y se produce un cambio significativo en su actitud hacia ella, y logra admitir sus verdaderos sentimientos. A partir de este suceso, la amistad entre Tyler y el protagonista se transforma en enemistad y solo después del asesinato del alter ego se produce finalmente el encuentro amoroso con el que cierra la película.

Por todo esto es que podemos decir que Fight Club es una película romántica. El protagonista es un hombre inmaduro que necesita crear un amigo imaginario para lidiar con la realidad. Únicamente cuando se desembaraza de su infantil creación logra generar un vínculo sano y estable con Marla. Entonces, el "asesinato" de Tyler representa la maduración del protagonista y la consolidación de una pareja. Tanto el consumismo que practicaba el protagonista como las posteriores actividades del club de de la pelea se muestran así como intentos por posponer aquél mandato social inconcluso.

martes, 26 de marzo de 2024

Marla Singer: ¿prototipo de Tyler Durden?

Marla Singer cumple un papel importantísimo en Fight Club (1999). No solo se trata del único personaje femenino relevante en pantalla, sino que también es el detonante de toda la acción de la película, como el propio protagonista lo señala al comienzo cuando dice que la revolución anarquista en curso "tiene algo que ver con Marla Singer". Sin embargo, ella ha quedado opacada por su carismático amante y no ha recibido la atención que merece. Más adelante, analizaré en profundidad esta relación, y bastará por ahora con señalar que Tyler Durden nace del miedo del protagonista a las relaciones amorosas. En esta entrada, me limitaré a demostrar que la extravagante figura de Marla Singer ofrece al protagonista un prototipo para delinear la personalidad de su alter ego

Marla Singer es una mujer pobre y sin trabajo. Vive en un departamento destartalado y sin comodidades, y se queda con la comida de los inquilinos fallecidos —muy probablemente su departamento perteneciera a uno de esos ancianos ignotos. Roba ropa de lavanderías para venderlas en tiendas de segunda mano. Su vestimenta es extravagante y barata, la cual adquiere en esas mismas tiendas por menos de un dólar la pieza. Finalmente, tiene una visión bastante pesimista de la vida, pues sostiene que puede morir en cualquier momento, pero que desgraciadamente no lo hace. Este desprecio por la vida explica que fume compulsivamente y que se coloque en situaciones potencialmente mortales para la vida, habiendo intentado suicidarse en más de una ocasión. Asiste a las reuniones de autoayuda porque no tiene el suficiente dinero para pagar la entrada de un cinematógrafo ni tampoco para pagar una consulta médica. 

El narrador la conoce en uno de los encuentros de los grupos de ayuda para enfermos terminales. Su presencia resulta disruptiva en todos los sentidos. Su vestimenta no respeta ningún código de la moda, el ruidoso taconeo de sus zapatos interrumpe el compungido silencio de la sala y fuma en espacios cerrados delante de enfermos con cáncer. Toda su persona manifiesta una total indiferencia hacia los convalecientes y pacientes terminales. Ella exterioriza los verdaderos sentimientos y pensamientos que el protagonista se esfuerza por ocultar detrás de sus identidades ficticias.

Este intento por tocar fondo es valorado e imitado por Tyler Durden. Al igual que ella, vive en una casa usurpada y sin comodidades. Su vestimenta es extravagante y comprada en tiendas de segunda mano, y muestra un enorme desprecio por la vida humana. Fuma y bebe compulsivamente, y se involucra en situaciones cada vez más riesgosas para la vida. Cuando Bob muere, no siente ninguna pena, y llega a sostener que los humanos son "gusanos", "basura" y "materia orgánica en descomposición". 

Naturalmente, Tyler Durden no es sencillamente una copia masculina de Marla Singer, puesto que tiene algunos componentes originales como el anticonsumismo y el anarcoprimitivismo, que está ausente en esta mujer. Pero resulta claro que ella proporcionó un modelo o prototipo para la creación de este carismático amigo imaginario.

lunes, 11 de marzo de 2024

El capitalismo está fallando

En La economía nunca es libre, comencé definiendo al capitalismo como un sistema económico que se fundamenta en la especialización del trabajo y en la cronometrización de la vida con vistas al aumento de la productividad. En el nombre de la eficiencia, el capitalismo modificó radicalmente la vida de las sociedades tradicionales, animando a sus individuos a dedicarse a una única tarea a lo largo de sus vidas y a administrar sus actividades cotidianas según los parámetros de un extraño aparato llamado reloj. 

El modo de producción capitalista ofreció enormes beneficios en el ámbito económico para las naciones que lo adoptaron, pero simultáneamente ocasionó grandes perjuicios en el ámbito social. La atomización de los individuos y la aceleración de las actividades destruyó las comunidades tradicionales y debilitó enormemente los vínculos sociales, familiares y amicales. También trajo aparejado nuevas enfermedades psicosomáticas, pues las distintas disposiciones vitales y afectivas de las personas fueron sometidas al idéntico compás del cronómetro. 

En otras palabras, la historia del capitalismo es también la historia de un proceso de deshumanización. La generación de capital acaparó la totalidad de la vida de las personas y estrechó sus identidades exclusivamente al ámbito laboral, es decir, las personas son según su relación con el capital: trabajadores, empresarios, desempleados y jubilados. 

Pero este proceso de deshumanización se realizó con la promesa implícita de la prosperidad y la abundancia material. Con el capitalismo, se acabarían los flagelos del pasado. Y, en gran parte, cumplió y tuvo éxito en la erradicación de muchos males. Nadie puede negar que en la actualidad contamos con mercancías en mayores cantidades y de mejores calidades que en los siglos precedentes. Y, sin embargo, en los países capitalistas atestiguamos cada vez más un fenómeno completamente opuesto: cada vez hay más pobres, más indigentes y más marginales. 

Este fenómeno es absolutamente contradictorio con los principios rectores del capitalismo. Este sistema nació para garantizar la prosperidad y la abundancia, no para asegurar la pobreza y la escasez. Se suponía que la mayor productividad y la mayor eficacia aseguraría que todos los que participasen de este modelo tendrían garantizado como mínimo el acceso a los bienes y servicios básicos y esenciales para la vida. Y, sin embargo, cada vez menos personas acceden a la riqueza generada por el capitalismo.

Este fallo no es causado exclusivamente por la intervención del Estado en la economía. Los profetas del neoliberalismo creen que sería suficiente con la eliminación de las regulaciones estatales para que se corrijan los problemas de la acumulación de la riqueza. Sin embargo, no terminan de comprender que este fenómeno se da con mayor virulencia precisamente en aquellos países donde el Estado interviene menos. En una economía de libre mercado, los precios siempre van al alza porque buscan estar lo más alto posible. 

La razón se debe a que las transacciones en un mercado desregulado ni son libres ni son simétricas. En el mercado existen relaciones de poder, y quienes ofrecen bienes y servicios imprescindibles para la vida, siempre obtendrán el precio más alto posible porque los compradores no pueden dejar de adquirirlos. Los mismos profetas del libre mercado ofrecen en respuesta que la solución es la competencia y culpan a los monopolios de estos fallos. Sin embargo, estos individuos también parecen ignorar el concepto de cartelización: las personas físicas o jurídicas que ofrecen un determinado bien o servicio se ponen de acuerdo entre sí para colocar un mismo precio y dejar al cliente o comprador sin opciones. 

Esta lógica de libre mercado está destruyendo la propia razón de ser del capitalismo. Este sistema nació con la promesa de que la mayor productividad significaría la abundancia y abaratamiento de las mercancías en virtud de la reducción de los costos de producción. El aumento de la productividad en un sector de la economía debería traducirse en un descenso del precio de las mercancías según la ley de oferta y demanda. Sin embargo, esto no se comprueba en la realidad. A pesar de que la productividad de las economías capitalistas es cada vez mayor gracias a los avances técnicos, no vemos un baja generalizada en los precios de las mercancías. 

Por lo tanto, es imperativo lograr un justo acceso a las mercancías en el espacio público a través de una administración de los precios que tenga en cuenta las propiedades objetivas de esas mercancías. El aumento exponencial de la pobreza es consecuencia de una falla del capitalismo. Tomar consciencia del problema es el primer paso para solucionarlo.

sábado, 9 de marzo de 2024

La economía nunca es libre

El capitalismo es un sistema de producción de bienes y servicios que basa su funcionamiento en la división del trabajo. Los creadores de este sistema descubrieron que podía aumentarse la productividad de una economía si sus individuos se especializaban en la realización de una única tarea en lugar de varias a la vez. En los siglos anteriores a la Revolución Industrial, las economías nacionales estaban motorizadas por pequeñas unidades autosuficientes dirigidas por pequeñas agrupaciones humanas, las cuales realizaban múltiples tareas a lo largo de la jornada: producción de comida, confección de vestimenta, reparación de vehículos, elaboración de herramientas, etc. Esta forma de producción es lo que ha dado en llamarse como economía de subsistencia, caracterizada por la baja eficiencia y la escasez en la producción de excedentes comercializables.

La especialización que impuso el nuevo sistema capitalista multiplicó exponencialmente la riqueza de las naciones, porque multiplicó la disponibilidad y la calidad de los productos en el mercado. También trajo aparejada una exponencial multiplicación de la población, porque la especialización requirió necesariamente de una mayor cantidad de mano de obra. De esta manera, los individuos se volcaron a la realización de una única tarea y se vieron en la necesidad de delegar en los demás la realización de aquellas otras que necesitaban para vivir. Esto significa que si un fabricante de calzados quiere ser eficiente, ya no puede disponer de su tiempo para sembrar granos o reparar una herramienta, y deberá delegar esa función a otra persona que se dedique exclusivamente a ella. 

Sin embargo, la eficacia del capitalismo es solo comparable con su delicadeza, porque cuanto más preciso es un sistema tanto más vulnerable se vuelve a los desperfectos. Una falla en una de sus partes puede amenazar la integridad de todo el sistema. A mediados del 2022, la Argentina estuvo al borde de la parálisis y del desabastecimiento a causa del paro de los trabajadores del sector de neumáticos, por la obvia razón de que no pueden circular bienes sin este insumo básico. 

El capitalismo necesita de la cooperación entre las partes para su correcto funcionamiento, pues al producirse una interferencia en la asociación de individuos se pone en riesgo la integridad del sistema. Por lo tanto, el valor más importante para el capitalismo tiene que ser necesariamente la cooperación. Sin embargo, en algún punto de la historia de este sistema, comenzó a valorarse especialmente la competencia, y aparecieron los conceptos del libre mercado, el laissez faire y la teoría subjetiva del valor, que sirvieron para justificar la arbitrariedad de los precios de los bienes y servicios producidos bajo el régimen capitalista. 

Pero si entendemos al capitalismo como un sistema de producción especializado y cooperativo, descubrimos que nada de capitalista hay en estos conceptos. Según la teoría subjetiva del valor, los precios no reflejan ninguna propiedad objetiva de los bienes o servicios (como la calidad de los materiales o las horas empleadas en su producción), sino que dependen de una valoración subjetiva del comprador. Es decir que el comprador expresaría su conformidad con un precio cada vez que adquiere ese bien o el servicio, y la culpa de los aumentos de los precios recaería exclusivamente sobre el comprador.

Lo que no terminan de comprender los profetas del libre mercado es que la arbitrariedad de la fijación de los precios está destruyendo al propio capitalismo. Esta teoría del valor provoca que todos los precios vayan al alza y que el poder adquisitivo de los consumidores sea su único límite. Sin embargo, existen productos irrenunciables como la comida y la luz, que no pueden dejar de adquirirse por obvias razones. Entonces, cuando sus precios suben buscando el máximo que puedan pagar los consumidores, terminará sucediendo que el salario se orientará exclusivamente a la adquisición de estos bienes y servicios y dejará de lado los demás productos de la economía. 

Cuando esto sucede, la especialización capitalista del trabajo ya no reporta ningún beneficio, y los individuos se ven obligados a dejar de consumir o se vuelcan a producir por su cuenta aquellos productos que les faltan. Cualquiera de estos dos escenarios significa la claudicación del modelo capitalista, puesto que la especialización del trabajo se impuso con la promesa de que los restantes productos serían accesibles gracias al trabajo especializado de los otros. Desde el momento en que los individuos se especializan en una sola tarea no solo dejan de realizar las restantes que necesitan para vivir, sino que además pierden los conocimientos necesarios para su realización. Y si estos comenzasen a producir por su cuenta lo que no pueden adquirir en el mercado, entonces se retrocedería a una economía de subsistencia precapitalista. 

Esto significa que la economía de un país nunca es libre. Como en cualquier campo humano, existen relaciones de poder, y no todos los productos que se comercializan en el mercado tienen el mismo valor: algunos son prescindibles y otros imprescindibles. Perón explicaba esto con suma claridad: "La economía nunca es libre: o la controla el Estado en beneficio del pueblo o la controlan las grandes corporaciones en perjuicio de este."

Si una huelga puede poner en crisis a toda una economía, un aumento injustificable y arbitrario de los precios también puede lograrlo. Por ese motivo, el sistema capitalista necesita más que nunca de una justa distribución de las mercancías en el espacio público. La administración del comercio interior que desarrolló Guillermo Moreno entre los años 2006 y 2013 no tuvo otro objetivo que el de salvaguardar la estabilidad del sistema económico amenazado por el aumento de los precios. En consecuencia, no existe otra posibilidad para el desarrollo y el florecimiento del capitalismo en la Argentina que con el peronismo en el poder. Bien lo dijo en una ocasión la expresidente Cristina Kirchner: "Con nosotros los empresarios se cansaron de ganar plata." Quizás uno de los mayores errores históricos del peronismo haya sido el no dejar en claro quiénes son los verdaderos defensores del capitalismo. 

martes, 5 de marzo de 2024

"Generación idiota" de Agustín Laje

Agustín Laje

Hojas del Sur

300 páginas

2023












A comienzos del 2023, la editorial Hojas del Sur dio a conocer el último libro de Agustín Laje: Generación idiota. Una crítica al adolescentrismo. El propio autor ha sostenido en diversas entrevistas que el título ha generado confusiones debido al adjetivo "idiota", el cual no se utiliza aquí como un insulto, sino en su sentido etimológico. En la Antigua Grecia, el idiota era aquel individuo que se desentendía de la pólis, es decir, de los asuntos públicos de la comunidad. El término "generación" del título también puede resultar confuso, puesto que el autor no lo utiliza para señalar a una generación en particular (baby boomersmillenials, centenialls, generación X, entre otros) ni lo asocia a una franja etaria específica, sino que abarca a todas las edades, desde los más jóvenes a los más viejos.

La tesis central de Laje es que nuestra generación se caracteriza por el idiotismo, por la falta de interés en la cosa pública, por la apatía, el narcisismo y la ausencia de contacto con la realidad. El autor, además, asocia este idiotismo a la adolescencia. En el capítulo primero, examina las figuras etarias que dieron rostro a las distintas etapas históricas: el anciano era la figura de autoridad de la Antiguedad y el Medioevo; en la Modernidad, el adulto desplazó al anciano en cuanto se lo asoció a lo antiguo y al atraso; y en la Posmodernidad, el adolescente se ha erguido como paradigma de la sociedad. Así, los niños tienen una niñez abreviada en su afán por asemejarse a los adolescentes, y los adultos se esfuerzan por hablar, vestirse y lucir como ellos. Nuestra sociedad adolece de adolescencia, podría haber dicho el autor. 

En los siguientes capítulos, Laje se dedica a estudiar al adolescente, a sus gustos, costumbres, formas de sociabilización y también de los efectos negativos que tienen sobre la sociedad un adolescentrismo que se esparce en todos los ámbitos e instituciones. Para el autor, por ejemplo, que la discusión pública de moda sea el sexo y el género es una consecuencia de este fenómeno, pues son justamente los adolescentes quienes no tienen una identidad sólida en estos tópicos. 

El diagnóstico que realiza Agustín Laje de nuestra sociedad es interesante y acertado, que desnuda un exceso de narcisismo y de irresponsabilidad en los individuos posmodernos. Naturalmente, el autor intenta averiguar las causas de este fenómeno que ha diagnosticado correctamente, y la conclusión a la que llega no puede ser más errada. Con una retórica setentista, acusa que "la izquierda internacionalista" se ha infiltrado en las instituciones estatales y en la industria de la cultura y la comunicación para imponer un dispositivo que estimula y legitima el idiotismo adolescéntrico. La solución que propone es igual de insatisfactoria: una "nueva derecha" que fomente el capitalismo, el liberalismo y una "educación radical", esto es, un autodidactismo que evite los medios tradicionales o mainstream de educación.

Las conclusiones y soluciones a las que llega Laje en su libro arruinan el correcto diagnóstico sociológico que realiza en los primeros capítulos. Evidentemente, el autor no se tomó el tiempo suficiente para reflexionar sobre las verdaderas causas del fenómeno adolescéntrico, pues no es capaz de ver que este tipo de sociedades precisamente florecen con mayor fuerza en los países más liberales y más capitalistas. En cambio, en países como Rusia, China o Corea del Norte no se registran esta clase de fenómenos. En estos últimos países, en los que el liberalismo no es una ideología dominante, predomina un sentimiento de comunidad mucho más fuerte que en los territorios en los que se fomenta el individualismo, la competencia y el egoísmo. 

De modo que la cura para la enfermedad no puede ser nunca una mayor exposición al patógeno. La solución del autodidactismo tampoco resulta satisfactoria ni innovadora, y además plantea el problema de la existencia y de la rigurosidad de fuentes alternativas así como el de la calidad de ese aprendizaje autónomo y solitario. 

En conclusión, estamos ante un libro con buenas intenciones, pero pésimas soluciones. El diagnóstico es correcto y acertado, pero se hace sentir la falta de reflexión y de maduración en las ideas. Prueba de esto son las repetidas citas de Byung-Chul Han que usa para justificar sus propias afirmaciones, lo cual resulta extremadamente risible, pues la obra del filósofo surcoreano es una crítica feroz del capitalismo y del neoliberalismo que Laje defiende. Esperemos que el autor, en sus futuros libros, pueda tener una mayor paciencia a la hora de escribir, y se permita discutir sus ideas con otros y, quizás, cuestionarlas.