lunes, 11 de marzo de 2024

El capitalismo está fallando

En La economía nunca es libre, comencé definiendo al capitalismo como un sistema económico que se fundamenta en la especialización del trabajo y en la cronometrización de la vida con vistas al aumento de la productividad. En el nombre de la eficiencia, el capitalismo modificó radicalmente la vida de las sociedades tradicionales, animando a sus individuos a dedicarse a una única tarea a lo largo de sus vidas y a administrar sus actividades cotidianas según los parámetros de un extraño aparato llamado reloj. 

El modo de producción capitalista ofreció enormes beneficios en el ámbito económico para las naciones que lo adoptaron, pero simultáneamente ocasionó grandes perjuicios en el ámbito social. La atomización de los individuos y la aceleración de las actividades destruyó las comunidades tradicionales y debilitó enormemente los vínculos sociales, familiares y amicales. También trajo aparejado nuevas enfermedades psicosomáticas, pues las distintas disposiciones vitales y afectivas de las personas fueron sometidas al idéntico compás del cronómetro. 

En otras palabras, la historia del capitalismo es también la historia de un proceso de deshumanización. La generación de capital acaparó la totalidad de la vida de las personas y estrechó sus identidades exclusivamente al ámbito laboral, es decir, las personas son según su relación con el capital: trabajadores, empresarios, desempleados y jubilados. 

Pero este proceso de deshumanización se realizó con la promesa implícita de la prosperidad y la abundancia material. Con el capitalismo, se acabarían los flagelos del pasado. Y, en gran parte, cumplió y tuvo éxito en la erradicación de muchos males. Nadie puede negar que en la actualidad contamos con mercancías en mayores cantidades y de mejores calidades que en los siglos precedentes. Y, sin embargo, en los países capitalistas atestiguamos cada vez más un fenómeno completamente opuesto: cada vez hay más pobres, más indigentes y más marginales. 

Este fenómeno es absolutamente contradictorio con los principios rectores del capitalismo. Este sistema nació para garantizar la prosperidad y la abundancia, no para asegurar la pobreza y la escasez. Se suponía que la mayor productividad y la mayor eficacia aseguraría que todos los que participasen de este modelo tendrían garantizado como mínimo el acceso a los bienes y servicios básicos y esenciales para la vida. Y, sin embargo, cada vez menos personas acceden a la riqueza generada por el capitalismo.

Este fallo no es causado exclusivamente por la intervención del Estado en la economía. Los profetas del neoliberalismo creen que sería suficiente con la eliminación de las regulaciones estatales para que se corrijan los problemas de la acumulación de la riqueza. Sin embargo, no terminan de comprender que este fenómeno se da con mayor virulencia precisamente en aquellos países donde el Estado interviene menos. En una economía de libre mercado, los precios siempre van al alza porque buscan estar lo más alto posible. 

La razón se debe a que las transacciones en un mercado desregulado ni son libres ni son simétricas. En el mercado existen relaciones de poder, y quienes ofrecen bienes y servicios imprescindibles para la vida, siempre obtendrán el precio más alto posible porque los compradores no pueden dejar de adquirirlos. Los mismos profetas del libre mercado ofrecen en respuesta que la solución es la competencia y culpan a los monopolios de estos fallos. Sin embargo, estos individuos también parecen ignorar el concepto de cartelización: las personas físicas o jurídicas que ofrecen un determinado bien o servicio se ponen de acuerdo entre sí para colocar un mismo precio y dejar al cliente o comprador sin opciones. 

Esta lógica de libre mercado está destruyendo la propia razón de ser del capitalismo. Este sistema nació con la promesa de que la mayor productividad significaría la abundancia y abaratamiento de las mercancías en virtud de la reducción de los costos de producción. El aumento de la productividad en un sector de la economía debería traducirse en un descenso del precio de las mercancías según la ley de oferta y demanda. Sin embargo, esto no se comprueba en la realidad. A pesar de que la productividad de las economías capitalistas es cada vez mayor gracias a los avances técnicos, no vemos un baja generalizada en los precios de las mercancías. 

Por lo tanto, es imperativo lograr un justo acceso a las mercancías en el espacio público a través de una administración de los precios que tenga en cuenta las propiedades objetivas de esas mercancías. El aumento exponencial de la pobreza es consecuencia de una falla del capitalismo. Tomar consciencia del problema es el primer paso para solucionarlo.

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