martes, 30 de abril de 2024

El capitalismo es un impuesto

En La economía nunca es libre habíamos señalado el error que comenten los liberales al pensar que las relaciones en el mercado son libres y simétricas. Existe otro prejuicio liberal que se ha puesto de moda gracias a Javier Milei, el cual dice que el Estado y el capitalismo son enemigos entre sí. Nosotros, por el contrario, sostenemos que el capital necesita del Estado para imponerse. Parece una proposición que contradice el sentido común, pero hay evidencia que la sostiene. Por un lado, no existen países capitalistas sin Estado. Por otra parte, ¿no surgió acaso el Estado moderno al mismo tiempo que el capitalismo? Estas dos observaciones sirven para introducirnos en este problema y ponen de manifiesto que ambos coexisten desde sus orígenes en la Modernidad. Lo que debemos preguntarnos ahora es por el fundamento de esa relación, que es precisamente lo que intentaremos sacar a la luz.

Para ello, debemos recuperar algunas conclusiones alcanzadas en investigaciones anteriores sobre el capitalismo. Por un lado, habíamos señalado que este sistema de producción se basa en la especialización del trabajo a los fines de mejorar la productividad. Esto quiere decir que el hombre se dedica a una única tarea a lo largo de su vida, por lo que necesariamente se desentiende de las otras tareas que se necesitan para vivir. Entonces, un trabajador no tiene tiempo para tejer su ropa, reparar su vehículo o adquirir sus alimentos. La satisfacción de estas necesidades vitales están delegadas en otros trabajadores que también se especializan en una sola de estas tareas. Estos, a su vez, dependerán de otros especialistas que fabriquen o provean lo que necesitan y no pueden producir.

En resumidas cuentas, la especialización del trabajo se realizó bajo una tácita promesa de que los bienes y servicios necesarios estarían a disposición en el mercado. El hombre moderno perdió esa relativa autosuficiencia que caracterizada a las sociedades preindustriales y tuvo que volcarse al mercado para satisfacer sus necesidades. El espacio público fue absorbido por el capital y, en el proceso, perdió su esencia originaria como lugar de encuentro de los ciudadanos para la actividad política. De esta manera, el capital se aseguró la sujeción de la población, pues al no saber o no poder satisfacerse por sí misma, no le queda otra alternativa que concurrir al mercado y aceptar sus condiciones. 

Por lo tanto, el capital necesita que los hombres dependan del mercado, pues si estos no se ofrecieran como fuerza de trabajo a cambio de mercancías, ¿quién crearía el capital? El Estado es un colaborador necesario en esta estructura económica, puesto que aporta lo que ningún privado puede aportar. Por un lado, instruye en las escuelas a la mano de obra que necesita. También construye carreteras, canales y puertos para la distribución de la producción. Luego, lo protege de los atentados con las fuerzas de seguridad. Finalmente, obliga a los hombres a trabajar continuamente. Si alguien decidiese evadir al capital y no participar del mercado, el Estado lo forzaría a reincorporarse a través de los distintos impuestos, especialmente los que gravan el patrimonio. Es decir que en el sistema capitalista, no basta con tener, sino que también hay que mantener. Estas imposiciones fiscales no existen para recaudar como creen los liberales, sino fundamentalmente para obligar a las personas a mantenerse trabajando para mantener lo que tienen. En caso contario, el Estado puede confiscar las propiedades o los vehículos por falta de pago.


Tampoco existe la posibilidad de retirarse a algún lugar alejado de los centros urbanos de producción para evadirse de los tratos con el mercado, pues toda la tierra habitable ha sido loteada por el Estado y tiene un propietario privado o estatal. En otras palabras, hay que pagar para comprar y para mantener un terreno en cualquier parte de un país. Y para adquirir ese dinero, es obligatorio transaccionar en el mercado, porque también el Estado obliga a declarar la procedencia del dinero usado para la transacción.

Llegamos a la conclusión de que el capital no tolera las relaciones esporádicas o casuales, pues estas no son eficientes. No le sirve que los hombres trabajen más o menos según sus necesidades o circunstancias particulares. El capital necesita relaciones permanentes, y a estas las asegura el Estado obligándolos a trabajar para mantener las posesiones gravadas con impuestos. Por lo tanto, el anarcocapitalismo que defiende Javier Milei se revela como una contradicción en sus términos. El anarquismo no puede nunca ser funcional al capitalismo por la simple razón de que necesita del Estado para ser impuesto y no evadido.

martes, 9 de abril de 2024

Los hijos del medio de la Historia

¿Alguna vez se preguntaron quiénes son los hombres que protagonizan los eventos de El club de la pelea? Aunque el perfil de los miembros del club sea diverso, existen coincidencias importantes de señalar. En El club de los vírgenes a los 40, notamos que son solteros o divorciados de entre 30 y 40 años de edad. Pero existen otras semejanzas inexploradas entre estos hombres, de las cuales nos ocuparemos en esta nueva entrada.

Comencemos por su creador, quien le imprime su talante específico al movimiento que encarna. Él posee un título universitario y trabaja para una reconocida empresa de automóviles. Es lo que en Estados Unidos se denomina un trabajador white-collar, en referencia al cuello blanco de la camisa. Es decir que su fundador realiza un trabajo calificado de oficina. En las escenas de las peleas podemos ver que muchos hombres concurren con camisa, corbata y zapatos, por lo que una parte de los miembros provienen de la misma clase social que su creador. Pero también podemos ver que hay otros integrantes menos elegantes, muchos de los cuales tienen su ropa sucia o manchada con bebidas y productos sintéticos. Estos se conocen como trabajadores blue-collar, en referencia al color azul del overol que usan durante la jornada laboral. Es decir que hacen trabajos manuales y reciben una paga inferior por sus servicios. En esta categoría entran meceros, mecánicos, obreros, policías y cualquier otra profesión que involucre el uso del cuerpo. 

Existen diferencias económicas y culturales entre ambos tipos de trabajadores en Estados Unidos. Empero, ambas clases se encuentran sin distinciones en el sótano de la taberna de Lou. De este modo, la película nos dice que una misma preocupación se extiende entre los trabajadores. La propia terminología nos permite resolver esta incógnita: tanto los white-collar como los blue-collar tienen en común un collar que simboliza su esclavitud. ¿Pero esclavos de quién? Luego de "Fight Club": una radiografía del individuo moderno, estamos en condiciones de responder que son esclavos del capital, ya que viven para trabajar y utilizan su tiempo libre para consumir. En el siguiente fragmento de la película, Tyler describe con precisión el perfil de los afiliados:

Se trata de una generación que ingresó al mundo laboral luego del colapso de la Unión Soviética y que no ha vivido ninguna guerra o crisis como sus padres o abuelos. Por lo tanto, viven sin preocupaciones y sus únicas aspiraciones son volverse millonarios o famosos. Sin embargo, han descubierto que el dinero y la fama están reservados para unos pocos y que les cupo en suerte los oficios que nadie quiere hacer. Los trabajadores están enojados porque se sienten defraudados y descuidados. En palabras de Tyler, son los "hijos del medio" de la sociedad.

¿Quiénes serían, entonces, los "hijos mayores" y los "hijos menores" de la sociedad? ¿Quiénes son estos hombres que no participan del club de Tyler Durden? De los últimos, la película no dice nada, aunque podemos suponer que son los hombres que se ubican debajo de los blue-collars en la escala social, como los indigentes y delincuentes. Un marxista los englobaría bajo el término de lumpenproletariado, con el que se designa a las personas que no tienen vínculo con el capital a causa del desempleo o del delito. Como no lo producen o bien atentan contra él, no tienen cabida en la sociedad y se transforman en marginales. El único personaje de esta clase social representado en la película es Marla Singer. Por algún motivo, El club de la pelea decide no mostrar representantes masculinos del lumpenaje, aun cuando su idiosincracia es valorada positivamente como vimos en Marla Singer: ¿prototipo de Tyler Durden?

A quienes sí representa la película es a "los hijos mayores" de la sociedad. Entre ellos, encontramos a Richard Chesler, jefe del protagonista y gerente regional de la Federated Motor Company; Walter, un ejecutivo de cuentas de la Aluminum Association; Lou, el dueño de la taberna homónima; el detective Stern, quien investiga la explosión del departamento del protagonista; y el comisario Jacobs, que investiga los atentados terroristas del club de la pelea. En definitiva, "los hijos mayores" de la sociedad son los que administran y protegen la riqueza de los capitalistas. 

Al principio, las peleas no trascendían del sótano y el grupo se movía en la clandestinidad. Pero luego son descubiertos por Lou, quien intenta cerrar el club y le propina una golpiza a su fundador. Los miembros, entonces, deciden trasladar la pelea a la superficie y combatir al capital. En esta lucha revolucionaria, los primeros enfrentamientos se realizan contra estos pequeños burgueses:

La división entre ambos grupos sociales es tajante y Tyler deja en claro que los miembros del club realizan los trabajos serviles que estos pequeños burgueses no quieren realizar. Sus palabras tienen muchas reminiscencias con aquellas que pronunciaban los socialistas antes de la desintegración de la Unión Soviética. Si el protagonista de la película hubiese nacido algunas décadas antes de este suceso, seguramente habría llevado adelante una revolución socialista. Sin embargo, como vimos en Tyler Durden: ¿vándalo o algo más?, la distribución de la riqueza o la propiedad de los medios de producción no interesan al protagonista. En el nuevo mundo unipolar nacido del colapso del Bloque del Este, la rebeldía del hombre se manifiesta negativamente como destrucción y anarquía. Como ya no existe una alternativa, pareciera que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. 

martes, 2 de abril de 2024

"Fight Club": una radiografía del individuo moderno

En Tyler Durden: ¿vándalo o algo más? llegamos a la conclusión de que el amigo imaginario del protagonista de El club de la pelea no es solo un vándalo o un punk enojado con la sociedad. Por el contrario, descubrimos que sus acciones y pensamientos son coherentes con el anarcoprimitivismo. Esta ideología extremista rechaza la civilización moderna en todos sus aspectos y propone un retorno al modo de vida de las sociedades tradicionales. El personaje reproduce esta tendencia que se consolidó en los Estados Unidos durante la primera mitad de la década de los noventa con figuras como Christopher McCandless  y Theodore Kaczynski. 

En esta nueva entrada, ampliaremos nuestro análisis de este personaje de ficción. y trataremos de explicar los fundamentos de su crítica a la moderna sociedad capitalista. Simultáneamente, describiremos la subjetividad del individuo moderno que refleja el anónimo protagonista de la película. A partir de las conclusiones, extraeremos algunas conclusiones útiles a partir de la película que permitan iluminar la situación actual de los países capitalistas de Occidente.

I

La característica central del sistema capitalista es la especialización del trabajo. Bajo este régimen de producción, el hombre se dedica a una sola actividad a lo largo de su vida con el fin de mejorar la eficacia de su ejecución. Pero la dedicación exclusiva a una tarea implica necesariamente la desatención de otras que son necesarias para la vida. En consecuencia, delega su realización a otros especialistas a los fines de acceder a esos artículos necesarios. Por otra parte, la especialización laboral del régimen capitalista también está acompañada por un proceso de individualización del hombre. En una fábrica de automóviles o en un moderno call-center, por ejemplo, cada trabajador realiza una tarea específica sin la asistencia de sus compañeros. 

La transformación de las comunidades tradicionales en sociedades industriales supuso también la transformación del hombre en individuo. En la economía de subsistencia que caracterizaba a las sociedades preindustriales, los oficios especializados eran escasos y la mayoría de los trabajos se realizaban en comunión con otras personas. En cambio, bajo el modo de producción capitalista, el hombre trabaja en soledad. 

Esta es la raíz de la alienación denunciada por los críticos del capitalismo. Este sistema de producción separa al hombre de la comunidad y de la naturaleza y lo transforma en un engranaje de una gran maquinaria productiva. De esta manera, destruye su totalidad original y crea una nueva identidad a partir de uno solo de sus fragmentos. De modo que el ser del hombre pasa a determinarse por su vínculo con el capital, y el resto de los jirones de su humanidad son desechados por inútiles. Por eso, el cese del vínculo laboral por despido o cierre supone una situación intolerable para el individuo moderno, quien experimenta el desempleo como una crisis existencial y empuja a muchos al suicidio. 

Por lo tanto, las actividades diarias del individuo moderno están motivadas por el ánimo de lucro, y aquellas que no aportan rédito se descartan o se postergan. La vida se convierte en una inversión que se valora según parámetros de pérdidas y ganancias. Este modo de estar en el mundo orienta también la elección de la actividad laboral. Los oficios, profesiones y actividades más buscados son los que ofrecen mayores recompensas económicas, y poco importa si esa ocupación se ajusta al gusto, deseo o carácter personales. Por eso, la infelicidad y la frustración son los rasgos típicos del individuo moderno:


Por otra parte, el hombre alienado cree que no necesita de los demás para su realización individual. Entonces, no crea vínculos sociales permanentes ni participa de actividades políticas, pues todo lo que necesita puede comprarlo en el mercado. La hiperespecialización también lo vuelve ignorante de un sinnúmero de factores y procesos que interaccionan constantemente para la sustentación de su vida. Por ejemplo, estamos acostumbrados a obtener luz, agua y gas con un simple movimiento de la mano, pero no conocemos ninguno de los procesos y mecanismos que operan en su obtención, producción y distribución. De la misma manera, estamos acostumbrados a disponer de alimentos en el mercado sin conocer quién lo fabrica, cuál es su procedencia o cuáles son los ingredientes que lo componen.

El individuo moderno, entonces, carece de una conciencia de la totalidad. La hiperespecialización vuelve fragmentaria su visión del conjunto. Por ello, no es casual que hayan proliferado en los últimos doscientos años un número mayor de ideologías, movimientos, sectas y cultos que en los últimos dos siglos. Los "monos espaciales" que Tyler Durden reclutó del club de la pelea terminan formando un secta a su alrededor. Parece inexplicable que "los hombres más inteligentes que jamás hayan vivido" —como el propio Tyler Durden los llamó— sean precisamente quienes obedezcan sin pensar las palabras y órdenes de su líder. Pero esto tiene una explicación, a saber, que al carecer de una mirada abarcadora y al no contar con una comunidad con la que contrastar sus pensamientos, el individuo moderno abraza cualquier ideología de moda y acepta irreflexivamente las palabras del gurú de turno.

II

El sistema capitalista, entonces, acerca al individuo los productos y los servicios indispensables para la vida. Este ya no necesita acercarse a la fuente más cercana de agua ni obtener leña de los árboles caídos ni salir a cazar animales. Hoy puede acceder sin grandes sacrificios a las mercancías aproximándose al mercado más cercano o simplemente accionando un interruptor o una llave de paso. Gracias a ello, ha descubierto algo prácticamente desconocido en el mundo preindustrial: el tiempo libre. En una economía de subsistencia, el hombre dedicaba casi todas las horas del día a realizar actividades que asegurasen su supervivencia y eran limitados los momentos del día que estuviesen libres de trabajo. Solo durante las festividades y celebraciones religiosos se contaba con tiempos verdaderamente libres.

El individuo moderno, por el contrario, cuenta con mucho tiempo libre. El capitalismo liberó al hombre de su preocupación constante por la supervivencia y puso a su disposición un tiempo en el que supuestamente podría realizarse a sí mismo. Paradójicamente, se obtuvo el resultado opuesto. El individuo moderno no sabe qué hacer con el tiempo que sigue al trabajo, precisamente porque no hay nada que hacer. Todas sus necesidades están resueltas de antemano o están al alcance del mercado más cercano. Ese espacio vacío resulta asfixiante y se lo llena o bien con entretenimientos o bien consumiendo: 


En lugar de liberarlo, el tiempo libre consolidó la subordinación al capital, pues el individuo lo utiliza para comprar mercancías o realizar una actividad que involucre alguna clase de gasto  —cenar en un restaurante, mirar una película en cinematógrafo o comprar un videojuego para la consola. En otras palabras, el tiempo libre se transformó en el momento en el que gastar el dinero obtenido durante la jornada laboral. En la actualidad, incluso han surgido pasatiempos que sirven al capital sin necesidad de un desembolso de dinero por parte del consumidor. Las redes sociales, por ejemplo, son de uso gratuito porque recopilan los datos del usuario y los vende a los anunciantes interesados, convirtiendo al propio individuo en una mercancía. El capital ha logrado así totalizar su vida.

Al respecto, es importante señalar que el tiempo libre no es sinónimo de ocio. Son términos que se confunden en el habla cotidiana, pero que no significan lo mismo, y es una diferencia que marca la película. Si bien el ocio se realiza en el tiempo libre, este no depende del trabajo, puesto que supone su negación en la medida en que no se pone al servicio del capital. El ocio es la oposición al negocio, que está motivado por el ánimo de lucro. Dibujar, leer un libro, practicar un instrumento musical o conversar con un amigo no son actividades que se realicen para obtener alguna ganancia. Incluso el trabajar puede volverse una actividad ociosa cuando se realiza por el gusto de ejercer el oficio más que por la remuneración percibida. El ocio es el espacio en el que el individuo puede recuperar algo de su humanidad perdida bajo el régimen totalitario del capital. Precisamente esto
 es lo que se pretende lograr mediante los "sacrificios humanos":


III 

Hemos descubierto en el curso de la exposición que el individuo moderno vive bajo el régimen totalitario del capital. El protagonista de El club de la pelea se rebela contra este sistema de opresión económico creando a Tyler Durden. Al comienzo, su desprecio por el capitalismo se traduce en el rechazo al consumismo y la comodidad. No tiene posesiones materiales y vive en una casa usurpada en las afueras de la ciudad que está a punto de derrumbarse. Es decir, lleva una vida opuesta a su creador. Sin embargo, Tyler Durden no se conforma con vivir como un paria en los márgenes de la sociedad capitalista y comienza a vandalizar el centro de la ciudad con sus seguidores del club, rechazando incluso todo vínculo de identificación con el capital:


Tyler Durden termina cayendo en el nihilismo y considera que la vida no tienen ningún sentido o valor. A sus seguidores los llama "gusanos" y al ser humano lo define como "materia orgánica en descomposición". Resulta paradójico que Tyler termina coincidiendo con los defensores del capitalismo, para quienes el hombre es una mercancía que no tiene ningún valor intrínseco ni tampoco derechos de ninguna clase. Desde ambas visiones, la vida humana no vale nada y los hombres pueden ser manipularse, explotarse e incluso matarse. Cuando Tyler abraza esta ideología extremista, pone en marcha una revolución para regresar a una sociedad de rasgos prehistóricos, en la que los humanos solo se dedicarían a la caza y a la recolección. Sin embargo, su creador no está de acuerdo con esta propuesta extremista y decide acabar con su amigo imaginario, aunque no logra detener las explosiones de los edificios del distrito financiero. 

El final de la película resulta un poco decepcionante, pues el protagonista decide abortar la revolución y regresar al sistema formando una pareja con Marla Singer [Ver: "Fight Club" es una comedia romántica]. En consecuencia, la película pareciera decirnos que solo existen dos posibilidades ante el régimen totalitario del capital: o bien se lo acepta o bien se lo destruye. No parece haber un término medio ni una tercera opción. ¿No era el ocio acaso el lugar que posibilitaba la liberación de la sumisión al capital? ¿Cuál fue el propósito de los "sacrificios humanos" si finalmente el propio régimen capitalista sería destruido? La película es contradictoria en este punto. De todos modos, hay una conclusión certera que podemos extraer de ella, a saber, que el individuo moderno tiende a la radicalización a causa de su visión fragmentada e hiperespecializada de la realidad. ¿Qué es la emergencia de Javier Milei en la Argentina sino la corroboración de esta observación? 

Entonces, si la raíz del problema lo hallamos en la hiperespecialización y en la consecuente alienación del hombre, ¿no sería acaso la solución un reencuentro del individuo con la comunidad? ¿Podría ser que la salida sea la recuperación de una visión de la totalidad? ¿Podemos con el desarrollo del ocio devolvernos nuestra humanidad? Queda claro que es imperativo devolver al capital al lugar que le corresponde, no destruyéndolo, sino aceptándolo como una aspecto más de la vida del hombre. La acumulación de riquezas se ha venido practicando desde que el hombre es hombre ni existe sociedad humana que no haya trabajado para generar los bienes y servicios que necesita para su subsistencia. Pero lo que distingue a la época moderna de las precedentes es que el capital se ha convertido en la única realidad. En cambio, en épocas preindustriales o prehistóricas, solo constituía una parte del conjunto de ocupaciones y preocupaciones de los hombres. Si queremos revertir la destrucción de los valores que formaron a nuestra civilización, es imprescindible poner al capital al servicio del hombre y no al revés. Debemos transtirar de la sociedad a la comunidad y del individuo al hombre. De lo contrario, el mundo occidental se encaminará irremediablemente hacia la descomposición y la barbarie.

sábado, 30 de marzo de 2024

El club de los vírgenes a los 40

¿Y si dijéramos que El club de la pelea (1999) y Virgen a los 40 (2005) son dos comedias románticas que tratan el mismo tema y que transmiten el mismo mensaje? Suena descabellado, pero veremos que ambas películas abordan un problema social idéntico y se asemejan en muchísimos aspectos. Quizás las únicas diferencias sustanciales sean la forma y el tono cómicos: la primera es más satírica y contiene humor negro; la segunda, es más paródica y emplea muchos chistes verdes. 

Ambas películas son contemporáneas entre sí y se estrenaron con apenas seis años de diferencia. Las dos tienen como protagonistas a hombres solitarios. Ninguno tiene amigos ni novias. Los dos tienen empleos monótonos de oficina, sus casas están atiborradas de mercancías que compran en su tiempo libre y declaran desinterés por la pornografía. La única diferencia notable entre ellos es la edad: el de El club de la pelea tiene treinta; mientras que Andy; cuarenta. El protagonista de la película de Fincher se encuentra en el límite aceptado por la sociedad para escoger pareja, mientras que Andy lo ha superado holgadamente. Esta diferencia de edad es la que marca la distancia entre el drama romántico y la comedia romántica: un soltero de treinta años es un personaje dramático; pero uno de cuarenta deviene cómico.

Descubrimos, entonces, que las dos películas tienen a la mujer como núcleo de la problemática masculina. Ambas muestran que las relaciones amorosas con el género femenino representan una exigencia social ineludible, angustiante y agobiante. También señalan la creencia de que un hombre sin vínculos con las mujeres es un hombre incompleto o deficiente que desarrolla comportamientos anormales, infantiles o psicóticos. En su soledad, el protagonista de El club de la pelea crea un amigo imaginario y se comporta como un niño en su presencia. Andy, por su parte, colecciona muñecos y videojuegos como un adolescente, y sus compañeros de trabajo piensan que es un asesino serial a causa de su retraimiento. 

Sería ilustrativo comparar estas películas con otra comedia romántica de la época: American Pie (1999). Su protagonista es un adolescente a punto de cumplir dieciocho años que está desesperado por perder la virginidad antes de alcanzar la mayoría de edad. El tener sexo se vuelve una situación obsesiva y angustiante, pues teme convertirse en el hazmerreír de sus compañeros. Tras muchos intentos fallidos, logra acostarse con una mujer y recibe la aprobación de sus pares. Sabemos que Andy tuvo varios encuentros sexuales infructuosos durante esta etapa de la adolescencia y que renunció a tener parejas luego de estos fracasos. También podemos imaginar al protagonista de El club de la pelea en una situación semejante durante su adolescencia y suponer que ciertos encuentros insatisfactorios hayan provocado su alejamiento de las mujeres. El comentario de Tyler Durden sobre su rendimiento sexual abona esta suposición:

Resulta evidente que la vida sexual de la clase media norteamericana llamada white-collar está estrictamente reglamentada. El hombre debe perder la virginidad antes de los dieciocho y debe formar una familia antes de los treinta. En caso contrario, terminará excluido de su clase social y sufrirá de alguna psicopatía. Jim, el protagonista de El club de la pelea y Andy representan al hombre blanco estadounidense de clase media en tres etapas distintas de sus vidas, y sobre todos ellos pesa el mismo miedo a la virginidad, a la soltería y al bajo rendimiento sexual. Andy es en lo que el protagonista de El club de la pelea se podría haber convertido si no hubiese creado a Tyler Durden para superar su miedo a las relaciones amorosas. Y estos dos adultos frustrados representan una advertencia para el joven Jim sobre el incumplimiento de los protocolos sexuales propios de su clase. 

Llegamos a la conclusión de que soltería y soledad son sinónimos para la clase media norteamericana. Por alguna razón, un hombre soltero debe ser simultáneamente un hombre solitario, y las producciones cinematográficas refuerzan la creencia de que las relaciones de pareja son indispensables para la sociabilización y la salud mental de los hombres. Incluso El club de la pelea se revela como una película decepcionantemente conservadora, porque en el fondo contiene el mismo mensaje que las otras películas examinadas, a saber, que el hombre no puede realizarse en sociedad sin la concurrencia de una mujer.

viernes, 29 de marzo de 2024

"Fight Club" es una comedia romántica

No cabe duda de que Fight Club (1999) es una de las producciones menos comprendidas de Hollywood. No se trata de un drama satírico de la sociedad norteamericana ni de una crítica al capitalismo ni de una exaltación de la masculinidad y de la violencia. Tampoco se trata de una defensa del anticonsumismo o del anarcoprimitivismo [Ver: Tyler Durden: ¿vándalo o algo más?]. Fight Club es una película romántica, cuyo argumento gira en torno a un hombre incapaz de reconocer su amor por una mujer y que crea un amigo imaginario para superar su miedo a las relaciones amorosas. La propia película exhibe de entrada su propósito cuando el protagonista reconoce que la revolución "tiene algo que ver con una chica llamada Marla Singer". ¿Qué relación puede guardar una mujer con una revolución anarquista? Esta es la incógnita que me propongo responder en esta nueva entrada.

El anónimo protagonista es un treintañero que vive para el trabajo y al que no se le conocen amistades ni parejas. Es hijo de una pareja disfuncional y sabemos que tampoco tiene contacto con ellos. Es un hombre solitario y disgustado con su vida. A causa de un insomnio que lo aqueja, comienza a concurrir a grupos de apoyo para enfermos terminales. Allí logra calmar la angustia existencial que lo desvela por las noches [Ver: El tópico de la muerte en "Fight Club"] hasta que una mujer comienza a concurrir a las reuniones. La presencia de Marla Singer lo incomoda profundamente y toda su atención recae sobre ella al punto que invade sus sesiones de meditación. Entonces, un día decide encararla y pedirle que deje de asistir a las sesiones grupales porque su presencia lo distrae. Ante su negativa, deciden dividirse la semana para no coincidir en las mismas reuniones. Pero antes de separarse para siempre, el protagonista tiene un gesto contradictorio: le pide su número telefónico "por las dudas". Este es el primer indicio que el espectador atento tiene para saber que detrás de la distracción se esconde probablemente una atracción por Marla.

Poco tiempo después de este intercambio telefónico, aparece Tyler Durden, quien comparte curiosamente muchas características con la mujer que le gusta. [Ver: Marla Singer: ¿prototipo de Tyler Durden?]. El encuentro con este hombre marca el inicio de una serie de eventos que culminan en una revolución anarquista, siendo el primero de estos la explosión del departamento del protagonista. Entre los escombros, encuentra el número telefónico de Marla Singer y, como no tiene un lugar en el que quedarse, decide llamarla, pero se arrepiente y opta por hablar con Tyler. Evidentemente, vivir bajo el mismo techo que una mujer resulta incómodo para el protagonista. 

Su nueva amistad, las peleas y el vandalismo hacen que se olvide durante un tiempo de las mujeres. Pero en una conversación en el baño con su amigo, descubrimos por qué el protagonista no tiene novias. Allí nos enteramos de que ha construido su vida guiándose por los mandatos sociales que transmitidos por su padre: ir a la universidad, conseguir un trabajo y casarse a los veinticinco años. El protagonista cuenta con un título universitario y tiene un trabajo bien remunerado, pero no quiere casarse porque se considera "un niño de treinta años", es decir que todavía se siente demasiado inmaduro para sostener esa clase de relación afectiva. Tyler, sin embargo, insinúa a su creador que se equivoca en los siguientes términos: "Somos una generación de hombres criados por mujeres. Me pregunto si otra mujer es realmente la respuesta que necesitamos".

De esta manera, Tyler pareciera decirle que un hombre no puede vivir sin compañía femenina. Y poco tiempo después, recibe un llamado imprevisto de Marla al teléfono de su nueva casa, quien extrañamente dice que él le dejó el nuevo número. A la mañana siguiente, se la encuentra en la cocina de la casa y se entera de que conoció a Tyler y tuvo relaciones sexuales con él toda la noche. El protagonista se muestra visiblemente alterado por la noticia, por lo que su amigo le pregunta si Marla le gusta, pero él lo niega fingiéndose asqueado. Tyler, entonces, le pide que se mantenga alejado de Marla y ella se aparecerá repetidamente en la casa para tener sexo con su amigo. Las sesiones de sexo salvaje entre Marla y Tyler molestar muchísimo al protagonista, aunque admite que le produce morbo escucharlos y, en una ocasión, su amigo lo sorprende espiando y le propone un trío, pero se excusa diciendo que está cansado.

Desde la aparición de Marla, la amistad entre ambos comienza lentamente a correrse hasta que Tyler se cansa de su amigo y decide abandonarlo. En este interín, Marla le revela sin querer su verdadera identidad al protagonista y se produce un cambio significativo en su actitud hacia ella, y logra admitir sus verdaderos sentimientos. A partir de este suceso, la amistad entre Tyler y el protagonista se transforma en enemistad y solo después del asesinato del alter ego se produce finalmente el encuentro amoroso con el que cierra la película.

Por todo esto es que podemos decir que Fight Club es una película romántica. El protagonista es un hombre inmaduro que necesita crear un amigo imaginario para lidiar con la realidad. Únicamente cuando se desembaraza de su infantil creación logra generar un vínculo sano y estable con Marla. Entonces, el "asesinato" de Tyler representa la maduración del protagonista y la consolidación de una pareja. Tanto el consumismo que practicaba el protagonista como las posteriores actividades del club de de la pelea se muestran así como intentos por posponer aquél mandato social inconcluso.

martes, 26 de marzo de 2024

Marla Singer: ¿prototipo de Tyler Durden?

Marla Singer cumple un papel importantísimo en Fight Club (1999). No solo se trata del único personaje femenino relevante en pantalla, sino que también es el detonante de toda la acción de la película, como el propio protagonista lo señala al comienzo cuando dice que la revolución anarquista en curso "tiene algo que ver con Marla Singer". Sin embargo, ella ha quedado opacada por su carismático amante y no ha recibido la atención que merece. Más adelante, analizaré en profundidad esta relación, y bastará por ahora con señalar que Tyler Durden nace del miedo del protagonista a las relaciones amorosas. En esta entrada, me limitaré a demostrar que la extravagante figura de Marla Singer ofrece al protagonista un prototipo para delinear la personalidad de su alter ego

Marla Singer es una mujer pobre y sin trabajo. Vive en un departamento destartalado y sin comodidades, y se queda con la comida de los inquilinos fallecidos —muy probablemente su departamento perteneciera a uno de esos ancianos ignotos. Roba ropa de lavanderías para venderlas en tiendas de segunda mano. Su vestimenta es extravagante y barata, la cual adquiere en esas mismas tiendas por menos de un dólar la pieza. Finalmente, tiene una visión bastante pesimista de la vida, pues sostiene que puede morir en cualquier momento, pero que desgraciadamente no lo hace. Este desprecio por la vida explica que fume compulsivamente y que se coloque en situaciones potencialmente mortales para la vida, habiendo intentado suicidarse en más de una ocasión. Asiste a las reuniones de autoayuda porque no tiene el suficiente dinero para pagar la entrada de un cinematógrafo ni tampoco para pagar una consulta médica. 

El narrador la conoce en uno de los encuentros de los grupos de ayuda para enfermos terminales. Su presencia resulta disruptiva en todos los sentidos. Su vestimenta no respeta ningún código de la moda, el ruidoso taconeo de sus zapatos interrumpe el compungido silencio de la sala y fuma en espacios cerrados delante de enfermos con cáncer. Toda su persona manifiesta una total indiferencia hacia los convalecientes y pacientes terminales. Ella exterioriza los verdaderos sentimientos y pensamientos que el protagonista se esfuerza por ocultar detrás de sus identidades ficticias.

Este intento por tocar fondo es valorado e imitado por Tyler Durden. Al igual que ella, vive en una casa usurpada y sin comodidades. Su vestimenta es extravagante y comprada en tiendas de segunda mano, y muestra un enorme desprecio por la vida humana. Fuma y bebe compulsivamente, y se involucra en situaciones cada vez más riesgosas para la vida. Cuando Bob muere, no siente ninguna pena, y llega a sostener que los humanos son "gusanos", "basura" y "materia orgánica en descomposición". 

Naturalmente, Tyler Durden no es sencillamente una copia masculina de Marla Singer, puesto que tiene algunos componentes originales como el anticonsumismo y el anarcoprimitivismo, que está ausente en esta mujer. Pero resulta claro que ella proporcionó un modelo o prototipo para la creación de este carismático amigo imaginario.

lunes, 11 de marzo de 2024

El capitalismo está fallando

En La economía nunca es libre, comencé definiendo al capitalismo como un sistema económico que se fundamenta en la especialización del trabajo y en la cronometrización de la vida con vistas al aumento de la productividad. En el nombre de la eficiencia, el capitalismo modificó radicalmente la vida de las sociedades tradicionales, animando a sus individuos a dedicarse a una única tarea a lo largo de sus vidas y a administrar sus actividades cotidianas según los parámetros de un extraño aparato llamado reloj. 

El modo de producción capitalista ofreció enormes beneficios en el ámbito económico para las naciones que lo adoptaron, pero simultáneamente ocasionó grandes perjuicios en el ámbito social. La atomización de los individuos y la aceleración de las actividades destruyó las comunidades tradicionales y debilitó enormemente los vínculos sociales, familiares y amicales. También trajo aparejado nuevas enfermedades psicosomáticas, pues las distintas disposiciones vitales y afectivas de las personas fueron sometidas al idéntico compás del cronómetro. 

En otras palabras, la historia del capitalismo es también la historia de un proceso de deshumanización. La generación de capital acaparó la totalidad de la vida de las personas y estrechó sus identidades exclusivamente al ámbito laboral, es decir, las personas son según su relación con el capital: trabajadores, empresarios, desempleados y jubilados. 

Pero este proceso de deshumanización se realizó con la promesa implícita de la prosperidad y la abundancia material. Con el capitalismo, se acabarían los flagelos del pasado. Y, en gran parte, cumplió y tuvo éxito en la erradicación de muchos males. Nadie puede negar que en la actualidad contamos con mercancías en mayores cantidades y de mejores calidades que en los siglos precedentes. Y, sin embargo, en los países capitalistas atestiguamos cada vez más un fenómeno completamente opuesto: cada vez hay más pobres, más indigentes y más marginales. 

Este fenómeno es absolutamente contradictorio con los principios rectores del capitalismo. Este sistema nació para garantizar la prosperidad y la abundancia, no para asegurar la pobreza y la escasez. Se suponía que la mayor productividad y la mayor eficacia aseguraría que todos los que participasen de este modelo tendrían garantizado como mínimo el acceso a los bienes y servicios básicos y esenciales para la vida. Y, sin embargo, cada vez menos personas acceden a la riqueza generada por el capitalismo.

Este fallo no es causado exclusivamente por la intervención del Estado en la economía. Los profetas del neoliberalismo creen que sería suficiente con la eliminación de las regulaciones estatales para que se corrijan los problemas de la acumulación de la riqueza. Sin embargo, no terminan de comprender que este fenómeno se da con mayor virulencia precisamente en aquellos países donde el Estado interviene menos. En una economía de libre mercado, los precios siempre van al alza porque buscan estar lo más alto posible. 

La razón se debe a que las transacciones en un mercado desregulado ni son libres ni son simétricas. En el mercado existen relaciones de poder, y quienes ofrecen bienes y servicios imprescindibles para la vida, siempre obtendrán el precio más alto posible porque los compradores no pueden dejar de adquirirlos. Los mismos profetas del libre mercado ofrecen en respuesta que la solución es la competencia y culpan a los monopolios de estos fallos. Sin embargo, estos individuos también parecen ignorar el concepto de cartelización: las personas físicas o jurídicas que ofrecen un determinado bien o servicio se ponen de acuerdo entre sí para colocar un mismo precio y dejar al cliente o comprador sin opciones. 

Esta lógica de libre mercado está destruyendo la propia razón de ser del capitalismo. Este sistema nació con la promesa de que la mayor productividad significaría la abundancia y abaratamiento de las mercancías en virtud de la reducción de los costos de producción. El aumento de la productividad en un sector de la economía debería traducirse en un descenso del precio de las mercancías según la ley de oferta y demanda. Sin embargo, esto no se comprueba en la realidad. A pesar de que la productividad de las economías capitalistas es cada vez mayor gracias a los avances técnicos, no vemos un baja generalizada en los precios de las mercancías. 

Por lo tanto, es imperativo lograr un justo acceso a las mercancías en el espacio público a través de una administración de los precios que tenga en cuenta las propiedades objetivas de esas mercancías. El aumento exponencial de la pobreza es consecuencia de una falla del capitalismo. Tomar consciencia del problema es el primer paso para solucionarlo.

sábado, 9 de marzo de 2024

La economía nunca es libre

El capitalismo es un sistema de producción de bienes y servicios que basa su funcionamiento en la división del trabajo. Los creadores de este sistema descubrieron que podía aumentarse la productividad de una economía si sus individuos se especializaban en la realización de una única tarea en lugar de varias a la vez. En los siglos anteriores a la Revolución Industrial, las economías nacionales estaban motorizadas por pequeñas unidades autosuficientes dirigidas por pequeñas agrupaciones humanas, las cuales realizaban múltiples tareas a lo largo de la jornada: producción de comida, confección de vestimenta, reparación de vehículos, elaboración de herramientas, etc. Esta forma de producción es lo que ha dado en llamarse como economía de subsistencia, caracterizada por la baja eficiencia y la escasez en la producción de excedentes comercializables.

La especialización que impuso el nuevo sistema capitalista multiplicó exponencialmente la riqueza de las naciones, porque multiplicó la disponibilidad y la calidad de los productos en el mercado. También trajo aparejada una exponencial multiplicación de la población, porque la especialización requirió necesariamente de una mayor cantidad de mano de obra. De esta manera, los individuos se volcaron a la realización de una única tarea y se vieron en la necesidad de delegar en los demás la realización de aquellas otras que necesitaban para vivir. Esto significa que si un fabricante de calzados quiere ser eficiente, ya no puede disponer de su tiempo para sembrar granos o reparar una herramienta, y deberá delegar esa función a otra persona que se dedique exclusivamente a ella. 

Sin embargo, la eficacia del capitalismo es solo comparable con su delicadeza, porque cuanto más preciso es un sistema tanto más vulnerable se vuelve a los desperfectos. Una falla en una de sus partes puede amenazar la integridad de todo el sistema. A mediados del 2022, la Argentina estuvo al borde de la parálisis y del desabastecimiento a causa del paro de los trabajadores del sector de neumáticos, por la obvia razón de que no pueden circular bienes sin este insumo básico. 

El capitalismo necesita de la cooperación entre las partes para su correcto funcionamiento, pues al producirse una interferencia en la asociación de individuos se pone en riesgo la integridad del sistema. Por lo tanto, el valor más importante para el capitalismo tiene que ser necesariamente la cooperación. Sin embargo, en algún punto de la historia de este sistema, comenzó a valorarse especialmente la competencia, y aparecieron los conceptos del libre mercado, el laissez faire y la teoría subjetiva del valor, que sirvieron para justificar la arbitrariedad de los precios de los bienes y servicios producidos bajo el régimen capitalista. 

Pero si entendemos al capitalismo como un sistema de producción especializado y cooperativo, descubrimos que nada de capitalista hay en estos conceptos. Según la teoría subjetiva del valor, los precios no reflejan ninguna propiedad objetiva de los bienes o servicios (como la calidad de los materiales o las horas empleadas en su producción), sino que dependen de una valoración subjetiva del comprador. Es decir que el comprador expresaría su conformidad con un precio cada vez que adquiere ese bien o el servicio, y la culpa de los aumentos de los precios recaería exclusivamente sobre el comprador.

Lo que no terminan de comprender los profetas del libre mercado es que la arbitrariedad de la fijación de los precios está destruyendo al propio capitalismo. Esta teoría del valor provoca que todos los precios vayan al alza y que el poder adquisitivo de los consumidores sea su único límite. Sin embargo, existen productos irrenunciables como la comida y la luz, que no pueden dejar de adquirirse por obvias razones. Entonces, cuando sus precios suben buscando el máximo que puedan pagar los consumidores, terminará sucediendo que el salario se orientará exclusivamente a la adquisición de estos bienes y servicios y dejará de lado los demás productos de la economía. 

Cuando esto sucede, la especialización capitalista del trabajo ya no reporta ningún beneficio, y los individuos se ven obligados a dejar de consumir o se vuelcan a producir por su cuenta aquellos productos que les faltan. Cualquiera de estos dos escenarios significa la claudicación del modelo capitalista, puesto que la especialización del trabajo se impuso con la promesa de que los restantes productos serían accesibles gracias al trabajo especializado de los otros. Desde el momento en que los individuos se especializan en una sola tarea no solo dejan de realizar las restantes que necesitan para vivir, sino que además pierden los conocimientos necesarios para su realización. Y si estos comenzasen a producir por su cuenta lo que no pueden adquirir en el mercado, entonces se retrocedería a una economía de subsistencia precapitalista. 

Esto significa que la economía de un país nunca es libre. Como en cualquier campo humano, existen relaciones de poder, y no todos los productos que se comercializan en el mercado tienen el mismo valor: algunos son prescindibles y otros imprescindibles. Perón explicaba esto con suma claridad: "La economía nunca es libre: o la controla el Estado en beneficio del pueblo o la controlan las grandes corporaciones en perjuicio de este."

Si una huelga puede poner en crisis a toda una economía, un aumento injustificable y arbitrario de los precios también puede lograrlo. Por ese motivo, el sistema capitalista necesita más que nunca de una justa distribución de las mercancías en el espacio público. La administración del comercio interior que desarrolló Guillermo Moreno entre los años 2006 y 2013 no tuvo otro objetivo que el de salvaguardar la estabilidad del sistema económico amenazado por el aumento de los precios. En consecuencia, no existe otra posibilidad para el desarrollo y el florecimiento del capitalismo en la Argentina que con el peronismo en el poder. Bien lo dijo en una ocasión la expresidente Cristina Kirchner: "Con nosotros los empresarios se cansaron de ganar plata." Quizás uno de los mayores errores históricos del peronismo haya sido el no dejar en claro quiénes son los verdaderos defensores del capitalismo. 

martes, 5 de marzo de 2024

"Generación idiota" de Agustín Laje

Agustín Laje

Hojas del Sur

300 páginas

2023












A comienzos del 2023, la editorial Hojas del Sur dio a conocer el último libro de Agustín Laje: Generación idiota. Una crítica al adolescentrismo. El propio autor ha sostenido en diversas entrevistas que el título ha generado confusiones debido al adjetivo "idiota", el cual no se utiliza aquí como un insulto, sino en su sentido etimológico. En la Antigua Grecia, el idiota era aquel individuo que se desentendía de la pólis, es decir, de los asuntos públicos de la comunidad. El término "generación" del título también puede resultar confuso, puesto que el autor no lo utiliza para señalar a una generación en particular (baby boomersmillenials, centenialls, generación X, entre otros) ni lo asocia a una franja etaria específica, sino que abarca a todas las edades, desde los más jóvenes a los más viejos.

La tesis central de Laje es que nuestra generación se caracteriza por el idiotismo, por la falta de interés en la cosa pública, por la apatía, el narcisismo y la ausencia de contacto con la realidad. El autor, además, asocia este idiotismo a la adolescencia. En el capítulo primero, examina las figuras etarias que dieron rostro a las distintas etapas históricas: el anciano era la figura de autoridad de la Antiguedad y el Medioevo; en la Modernidad, el adulto desplazó al anciano en cuanto se lo asoció a lo antiguo y al atraso; y en la Posmodernidad, el adolescente se ha erguido como paradigma de la sociedad. Así, los niños tienen una niñez abreviada en su afán por asemejarse a los adolescentes, y los adultos se esfuerzan por hablar, vestirse y lucir como ellos. Nuestra sociedad adolece de adolescencia, podría haber dicho el autor. 

En los siguientes capítulos, Laje se dedica a estudiar al adolescente, a sus gustos, costumbres, formas de sociabilización y también de los efectos negativos que tienen sobre la sociedad un adolescentrismo que se esparce en todos los ámbitos e instituciones. Para el autor, por ejemplo, que la discusión pública de moda sea el sexo y el género es una consecuencia de este fenómeno, pues son justamente los adolescentes quienes no tienen una identidad sólida en estos tópicos. 

El diagnóstico que realiza Agustín Laje de nuestra sociedad es interesante y acertado, que desnuda un exceso de narcisismo y de irresponsabilidad en los individuos posmodernos. Naturalmente, el autor intenta averiguar las causas de este fenómeno que ha diagnosticado correctamente, y la conclusión a la que llega no puede ser más errada. Con una retórica setentista, acusa que "la izquierda internacionalista" se ha infiltrado en las instituciones estatales y en la industria de la cultura y la comunicación para imponer un dispositivo que estimula y legitima el idiotismo adolescéntrico. La solución que propone es igual de insatisfactoria: una "nueva derecha" que fomente el capitalismo, el liberalismo y una "educación radical", esto es, un autodidactismo que evite los medios tradicionales o mainstream de educación.

Las conclusiones y soluciones a las que llega Laje en su libro arruinan el correcto diagnóstico sociológico que realiza en los primeros capítulos. Evidentemente, el autor no se tomó el tiempo suficiente para reflexionar sobre las verdaderas causas del fenómeno adolescéntrico, pues no es capaz de ver que este tipo de sociedades precisamente florecen con mayor fuerza en los países más liberales y más capitalistas. En cambio, en países como Rusia, China o Corea del Norte no se registran esta clase de fenómenos. En estos últimos países, en los que el liberalismo no es una ideología dominante, predomina un sentimiento de comunidad mucho más fuerte que en los territorios en los que se fomenta el individualismo, la competencia y el egoísmo. 

De modo que la cura para la enfermedad no puede ser nunca una mayor exposición al patógeno. La solución del autodidactismo tampoco resulta satisfactoria ni innovadora, y además plantea el problema de la existencia y de la rigurosidad de fuentes alternativas así como el de la calidad de ese aprendizaje autónomo y solitario. 

En conclusión, estamos ante un libro con buenas intenciones, pero pésimas soluciones. El diagnóstico es correcto y acertado, pero se hace sentir la falta de reflexión y de maduración en las ideas. Prueba de esto son las repetidas citas de Byung-Chul Han que usa para justificar sus propias afirmaciones, lo cual resulta extremadamente risible, pues la obra del filósofo surcoreano es una crítica feroz del capitalismo y del neoliberalismo que Laje defiende. Esperemos que el autor, en sus futuros libros, pueda tener una mayor paciencia a la hora de escribir, y se permita discutir sus ideas con otros y, quizás, cuestionarlas.