martes, 30 de abril de 2024

El capitalismo es un impuesto

En La economía nunca es libre habíamos señalado el error que comenten los liberales al pensar que las relaciones en el mercado son libres y simétricas. Existe otro prejuicio liberal que se ha puesto de moda gracias a Javier Milei, el cual dice que el Estado y el capitalismo son enemigos entre sí. Nosotros, por el contrario, sostenemos que el capital necesita del Estado para imponerse. Parece una proposición que contradice el sentido común, pero hay evidencia que la sostiene. Por un lado, no existen países capitalistas sin Estado. Por otra parte, ¿no surgió acaso el Estado moderno al mismo tiempo que el capitalismo? Estas dos observaciones sirven para introducirnos en este problema y ponen de manifiesto que ambos coexisten desde sus orígenes en la Modernidad. Lo que debemos preguntarnos ahora es por el fundamento de esa relación, que es precisamente lo que intentaremos sacar a la luz.

Para ello, debemos recuperar algunas conclusiones alcanzadas en investigaciones anteriores sobre el capitalismo. Por un lado, habíamos señalado que este sistema de producción se basa en la especialización del trabajo a los fines de mejorar la productividad. Esto quiere decir que el hombre se dedica a una única tarea a lo largo de su vida, por lo que necesariamente se desentiende de las otras tareas que se necesitan para vivir. Entonces, un trabajador no tiene tiempo para tejer su ropa, reparar su vehículo o adquirir sus alimentos. La satisfacción de estas necesidades vitales están delegadas en otros trabajadores que también se especializan en una sola de estas tareas. Estos, a su vez, dependerán de otros especialistas que fabriquen o provean lo que necesitan y no pueden producir.

En resumidas cuentas, la especialización del trabajo se realizó bajo una tácita promesa de que los bienes y servicios necesarios estarían a disposición en el mercado. El hombre moderno perdió esa relativa autosuficiencia que caracterizada a las sociedades preindustriales y tuvo que volcarse al mercado para satisfacer sus necesidades. El espacio público fue absorbido por el capital y, en el proceso, perdió su esencia originaria como lugar de encuentro de los ciudadanos para la actividad política. De esta manera, el capital se aseguró la sujeción de la población, pues al no saber o no poder satisfacerse por sí misma, no le queda otra alternativa que concurrir al mercado y aceptar sus condiciones. 

Por lo tanto, el capital necesita que los hombres dependan del mercado, pues si estos no se ofrecieran como fuerza de trabajo a cambio de mercancías, ¿quién crearía el capital? El Estado es un colaborador necesario en esta estructura económica, puesto que aporta lo que ningún privado puede aportar. Por un lado, instruye en las escuelas a la mano de obra que necesita. También construye carreteras, canales y puertos para la distribución de la producción. Luego, lo protege de los atentados con las fuerzas de seguridad. Finalmente, obliga a los hombres a trabajar continuamente. Si alguien decidiese evadir al capital y no participar del mercado, el Estado lo forzaría a reincorporarse a través de los distintos impuestos, especialmente los que gravan el patrimonio. Es decir que en el sistema capitalista, no basta con tener, sino que también hay que mantener. Estas imposiciones fiscales no existen para recaudar como creen los liberales, sino fundamentalmente para obligar a las personas a mantenerse trabajando para mantener lo que tienen. En caso contario, el Estado puede confiscar las propiedades o los vehículos por falta de pago.


Tampoco existe la posibilidad de retirarse a algún lugar alejado de los centros urbanos de producción para evadirse de los tratos con el mercado, pues toda la tierra habitable ha sido loteada por el Estado y tiene un propietario privado o estatal. En otras palabras, hay que pagar para comprar y para mantener un terreno en cualquier parte de un país. Y para adquirir ese dinero, es obligatorio transaccionar en el mercado, porque también el Estado obliga a declarar la procedencia del dinero usado para la transacción.

Llegamos a la conclusión de que el capital no tolera las relaciones esporádicas o casuales, pues estas no son eficientes. No le sirve que los hombres trabajen más o menos según sus necesidades o circunstancias particulares. El capital necesita relaciones permanentes, y a estas las asegura el Estado obligándolos a trabajar para mantener las posesiones gravadas con impuestos. Por lo tanto, el anarcocapitalismo que defiende Javier Milei se revela como una contradicción en sus términos. El anarquismo no puede nunca ser funcional al capitalismo por la simple razón de que necesita del Estado para ser impuesto y no evadido.

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