sábado, 17 de diciembre de 2016

Canto II - Ezra Pound



La pucha, Robert Browning,
            sólo puede haber un “Sordello”.
Pero Sordello, ¿y mi Sordello?
Lo Sordels si fo di Mantovana.
So-shu batido en el mar.
Una foca juega en los círculos de espuma blanca del rompiente,
cabeza brillosa, hija de Lir,
            ojos de Picasso
bajo la capucha de pelaje negro, ágil hija de Océano;
y la ola corre por el surco de la playa:
“¡Eleanor, ἑλέναυς and ἑλέπτολις!”
            Y el pobre viejo Homero ciego, ciego, como un murciélago,
oído, oído para el oleaje, murmullo de voces de viejos:
“Déjenla regresar a los barcos,
de regreso entre caras griegas, no sea que el mal caiga a los nuestros,
mal y más mal, y una maldición maldita a nuestros hijos,
se mueve, sí se mueve como una diosa
y tiene la cara de un dios
            y la voz de las hijas de Esqueneo,
y la perdición va con ella al caminar,
déjenla regresar a los barcos,
            de regreso entre caras griegas.”
Ésa junto a la línea de la playa, Tiro,
            brazos enroscados de dios marino,
ágiles tendones de agua, sujetándola boca abajo,
y el cristal azul grisáceo de la ola los acobija,
resplandece el azur del agua, quilombo frío, sábana íntima.
Suave desperezo de arena sol ocre,
las gaviotas despliegan sus alas,
            mordisqueando entre las plumas abiertas;
un cisne viene de su baño,
            dobla las articulaciones de sus alas,
despliega alas húmedas al sol,
y cerca de Quíos,
            a la izquierda del pasaje de Naxos,
una roca enorme con forma de barco,
            algas aferradas a su borde,
hay un brillo bordó en los bajos,
            un flash de aluminio en el resplandor solar.

El barco arribó en Quíos,
            hombres deseando agua de pozo,
y junto a la fuente de la roca un chico tirado con mosto de uva,
            “¿A Naxos? Sí, te vamos a llevar a Naxos,
vení pibe.” “¡Por ahí no!”
“Seh, por ahí es Naxos.”
            Y yo dije: “Es un buen barco.”
Y un ex-convicto de Italia
            me tiró contra el mástil menor,
(era buscado por masacre en Toscana)
            y los veinte contra mí,
enloquecidos por un poco de dinero esclavo.
            Y sacaron el barco de Quíos
fuera de su curso...
            Y el chico volvió en sí, de nuevo, con el quilombo,
y miró por sobre la proa,
            y hacia el este, y al pasaje de Naxos.
Luego artificio divino, artificio divino:
            el barco se detiene en un remolino,
enredadera sobre los remos, rey Penteo,
            uvas sin más semilla que la espuma marina,
enredadera en el desagüe.
Seh, yo, Acetes, estuve ahí,
            y el dios a mi lado,
el agua dividiéndose bajo la quilla,
rompiente desde popa,
            estela deslizándose desde la proa,
y donde estaba el mástil, ahora había una parra,
y zarcillos donde había cuerdas,
            hojas de vid en los escálamos,
sarmientos en los palos de los remos,
y, de la nada, una respiración,
            aliento cálido en mis tobillos,
bestias como sombreas en un cristal,
            una cola peluda de la nada.
Ronroneo de linces, olor brezo de bestias,
            donde había olor a brea,
olfateo y patas suaves de bestias,
            destello de ojos en el aire negro.
El cielo bajo, seco, sin tempestad,
olfateo y patas suaves de bestias,
            pelaje rozando la piel de mi rodilla,
crujido de vainas aireadas,
            formas secas en el eter.
Y el barco como una quilla en el astillero,
            colgado como un buey en una herrería,
costillas atascadas en las corrientes,
            racimo de uvas sobre el timón,
            aire vacío afelpándose.
El aire inerte se hace vigoroso,
            ocio felino de panteras,
leopardos olfateando los racimos junto al desaguadero,
panteras agazapadas junto a la escotilla,
y el mar azul profundo a nuestro alrededor,
            verde rojizo en sombras,
y Lyaeus: “Desde ahora, Acetes, mis altares,
no temiendo ninguna esclavitud,
            no temiendo a ningún gato del bosque,
a salvo con mis linces,
            alimentando con uvas a mis leopardos,
olibanum es mi incienso,
            las vides crecen en mi homenaje.”
El oleaje ahora suave en las cadenas del timón,
hocico negro de una marsopa
            donde Lycabes había estado,
escamas de pescados en los remeros.
            Y yo adoro.
Yo vi lo que vi.
            Cuando ellos trajeron al chico yo dije:
“Tiene un dios en él,
            aunque no sé qué dios.”
Y ellos me tiraron contra el mástil inferior.
Yo vi lo que vi:
            la cara de Medón como la cara de un delfín,
brazos encogidos en aletas. Y vos, Penteo,
deberías también escuchar a Tiresias, y a Cadmo,
            o tu suerte se va a acabar.
Escamas sobre músculos de la ingle,
            ronroneo de lince en el mar...
Y un año después,
            palidez en las algas bordó,
si vos te vas a inclinar sobre la roca,
            el rostro coral bajo el tinte ola,
palidez rosa bajo la marea,
            Eleutería, pálida Dafne de bordes marinos,
los brazos del nadador vueltos ramas,
quién dirá en qué año,
            huyendo qué banda de tritones,
las cejas suaves, vistas, medio vistas,
            ahora fijeza de marfil.
So-shu batido en el mar, So-shu también,
            usando la larga luna como palo de batir...
Ágil giro de agua,
            tendones de Poseidón,
negro azur y hialino,
            ola cristalina sobre Tiro,
sábana íntima, inquietud,
            tempestad brillante de cuerdas de olas,
luego agua calma,
            calma en las arenas beige,
aves marinas desplegando las articulaciones de las alas,
            chapoteando en los huecos de la roca y la arena
por los caminos de las olas junto al médano;
destello cristalino de ola en los desgarros de la marea contra el sol,
            palidez de Héspero,
cresta gris de la ola,
            ola, color de pulpa de uva,

gris olivo en las cercanías,
            lejos, humo gris de desprendimiento de roca,
alas rosa salmón del halcón
            proyectan sombras grises en el agua,
la torre como un gran ganso de un ojo
            asoma sobre el olivar,

y hemos oído a los faunos retando a Proteo
            en el olor de heno bajo los olivos,
y a las ranas cantando contra los faunos
            en la media luz.

Y...


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