sábado, 17 de diciembre de 2016

Canto I - Ezra Pound



Y luego bajamos al barco,
pusimos la quilla contra el rompiente, hacia el mar divino, y
alzamos el mástil y la vela en ese barco moreno,
subimos una oveja, y también nuestros cuerpos
pesados por el llanto, y el viento desde popa
nos llevó hacia adelante con velas hinchadas,
de Circe este artificio, la diosa de hermoso cabello.
Luego nos sentamos en medio del barco, el viento sacudiendo el timón,
así con vela desplegada, fuimos sobre el mar hasta el final del día.
El sol a su descanso, sombras sobre todo el océano,
llegamos entonces a los límites de agua más profunda,
a las tierras cimerias, y ciudades pobladas
cubiertas con niebla espesa, jamás atravesada
por el destello de los rayos solares
no cubiertas con estrellas, ni mirando desde el cielo
la noche más negra cubría allí a hombres infelices.
El océano fluyendo hacia atrás, llegamos entonces al lugar
predicho por Circe.
Aquí hicieron sus ritos, Perimedes y Euríloco,
y desenvainando la espada desde mi cadera
cavé un pozo cuadrado de un codo;
vertimos libaciones sobre cada muerto,
primero hidromiel y luego vino dulce, agua mezclada con harina blanca.
Luego recé muchas rezos a las pálidas cabezas muertas;
como está establecido en Ítaca, de los mejores toros estériles
para el sacrificio, levantando una pira con bienes,
una oveja sólo para Tiresias, negra y con cencerro.
Sangre negra fluyó en la fosa,
almas salían del Érebo, muertos cadavéricos, de novias,
o jóvenes y de los viejos que han soportado mucho;
almas manchadas con lágrimas recientes, chicas tiernas,
muchos hombres, heridos con cabezas de lanzas de bronce,
despojo de batalla, llevando aún armas tristes,
todos estos se amontonaron alrededor de mí; con gritos,
palidez sobre mí, pedí a mis hombres más bestias;
masacramos los rebaños, oveja tajeada con bronce;
vertimos ungüento, rogamos a los dioses,
a Plutón el fuerte, y veneramos a Proserpina;
desenvainada la delgada espada,
me senté para alejar a los impetuosos e impotentes muertos,
hasta que escuchara a Tiresias.
Pero primero vino Elpénor, nuestro amigo Elpénor,
insepulto, arrojado sobre la vasta tierra,
miembros que dejamos en la casa de Circe,
sin llorar, sin mortaja en un sepulcro, dado que los trabajos instaban otro.
Pobre espíritu, Y grité con palabras apresuradas:
“Elpenor, ¿cómo es que tú has llegado a esta costa oscura?
¿Has venido a pie, superando a los marineros?”
            Y él con palabras graves:
“Mala suerte y abundante vino. Dormí en el techo de Circe.
Bajando la larga escalera sin baranda
me caí contra la pared,
destrozado el nervio de la nuca, el alma buscó el Averno.
Pero tú, O Rey, te pido que me recuerdes, no llorado, insepulto,
amontona mis armas, sea mi tumba junto al mar, e inscribe:
Un hombre sin fortuna, y con un nombre por venir.
Y clava mi remo, que usaba con mis compañeros.”

Y luego vino Anticlea, a quien eché, y luego Tiresias tebano,
sosteniendo su vara dorada, me reconoció, y habló primero:
“¿Una segunda vez? ¿Por qué? Hombre de mala suerte,
¿ante los muertos sin sol y esta región sin alegría?
Apártate de la fosa, déjame la bebida sangrienta
para mis predicciones.”
            Y retrocedí,
y fortalecido con la sangre, dijo entonces: “Odiseo
deberá regresar a través del rencoroso Neptuno, sobre mares oscuros,
perder todos los compañeros.” Luego vino Anticlea.
Yace tranquilo Divus. Quiero decir, ese es Andreas Divus,
en officina Wecheli, 1538, sacado de Homero.
Y el navegó, cerca de las sirenas y luego hacia afuera y lejos
y hasta Circe.
            Venerandam,
en la frase del cretense, con la corona de oro, Afrodita,
Cypri munimenta sortita est, alegre, oricalchi, con doradas
fajas y cintas en los pechos, tú con párpados oscuros
teniendo la rama dorada del Argicida. Entonces eso: 



No hay comentarios.:

Publicar un comentario