miércoles, 13 de diciembre de 2023

El retrato de Ciro el Joven

En una entrada anterior, traduje y analicé el retrato de los generales del ejército griego que condujo Ciro contra su hermano. Allí, sostuve que, para Jenofonte, ninguno de los griegos estaba a la altura de Ciro. En el anteúltimo capítulo del primer libro, Jenofonte detiene la narración de la batalla de Cunaxa para describir las características del fallecido príncipe persa, a quien lo representa como el líder ideal. Ya desde su infancia, comenta el autor, se destacaba de los demás niños por su respeto y su afición por las actividades viriles (la caza y la guerra). Luego, en la adultez, siendo sátrapa, administraba con justicia y habilidad su territorio, y contaba además con un gran número de amigos y aliados que lo seguían voluntariamente a causa de su carisma personal. De este modo, Jenofonte pretende ofrecer al público un modelo de líder a imitar. 

La traducción del excurso que sigue me pertenece. Nuevamente, intenté reproducir lo más fielmente posible el estilo original del autor, incluso con sus repeticiones, ambiguedades y "desproligidades".


Jenofonte, "Anabasis", I. 9. 1-31:

Ciro, entonces, así murió, siendo el varón más regio y más digno de gobernar de entre los que nacieron después de Ciro el Viejo, como concuerdan todos los que supuestamente llegaron a conocerlo. Porque, en primer lugar, siendo todavía un niño, cuando era educado con su hermano y con los otros niños, era considerado el mejor de todos en todo. Pues todos los niños de los mejores persas eran educados en la corte del Rey. Allí se podía adquirir mucha moderación, y no es posible ver ni oír nada vergonzoso. Contemplan y oyen los niños tanto a los honrados por el rey como a los deshonrados. Así, siendo niños, aprenden correctamente a gobernar y a ser gobernados. Allí, en primer lugar, se decía que Ciro era el más respetuoso de sus compañeros —a los mayores obedecía más que los menores que él— y, en segundo lugar, el más aficionado a los caballos y que los trataba excelentemente. Lo consideraban también el más estudioso sobre los hechos de la guerra, del tiro con arco y del lanzamiento de jabalina, así como el más aplicado. Cuando alcanzó la madurez, también fue el más aficionado a la caza y el más temerario frente a las bestias. Habiéndose encontrado con un oso una vez, no se asustó, sino que, combatiéndolo, se cayó del caballo y sufrió heridas —de las que conservaba las cicatrices—, pero finalmente lo mató. Y al primero que lo ayudó hizo dichoso con muchas cosas.

Cuando fue enviado por su padre como sátrapa de Lidia, la Gran Frigia y Capadocia, y fue nombrado general de cuantos deben reunirse en la llanura de Castolo, en primer lugar demostró que él mismo tenía en gran estima, si acordaba una tregua o un acuerdo o si prometía algo a alguien, el no engañar. También confiaban en él las ciudades que le fueron encomendadas y confiaban los hombres. Y si alguno se volvía su enemigo, confiaba en que nada sufriría contra la tregua habiendo Ciro acordado una tregua. Precisamente por eso, cuando hizo la guerra a Tisafernes, todas las ciudades eligieron voluntariamente a Ciro en lugar de a Tisafernes, excepto los milesios. Estos, como no quería abandonar a los exiliados, le temían. Pues lo demostraba con hechos, y decía que jamás los abandonaría una vez que se hizo amigo de ellos, ya sea que disminuyesen en cantidad o estuviesen en peor situación. También era destacable que si alguien le quería hacer un bien o un mal, intentaba superarlo. Algunos dieron a conocer un ruego suyo: rogaba vivir el tiempo suficiente para devolvérselas con creces tanto a sus benefactores como a sus maltratadores. La mayoría, entonces, prefirió entregar las riquezas, las ciudades y los cuerpos a él como a uno de nosotros. Tampoco nadie podría decir que permitía que los malhechores y a los delincuentes zafasen, sino que castigaba de las maneras más terribles de todas. A veces, era posible ver al costado de los caminos transitados a hombres privados de pies, manos y ojos. De modo que, en el territorio de Ciro, tanto para un griego como para un bárbaro que no delinquiese, era posible transitar sin miedo por dónde quisiera llevando lo que quisiese. 

Por otro lado, todos concuerdan en que honraba especialmente a los valientes en la guerra: cuando hizo por primera vez la guerra contra los písidas y los misios, dirigiendo él mismo la expedición contra estos territorios, a los que veía con deseos de arrostrar peligros hacía gobernadores del territorio conquistado, y luego con otros regalos los honraba, de manera que los valientes parecían muy felices y los cobardes eran considerados dignos de ser subordinados de estos. Precisamente por ello, tenía gran abundancia de quienes deseaban arrostrar peligros en donde se creyese que Ciro lo notaría. Respecto a la justicia, si alguno se mostraba deseoso de destacarse, hacía todo lo posible por hacerlos más ricos que a los que ansiaban enriquecerse injustamente. En consecuencia, muchos asuntos diversos le manejaban con justicia y disponía de un ejército confiable, pues los generales y los comandantes, que navegaron a su encuentro por las riquezas, sabían que era más provechoso el obedecer bien a Ciro que la paga mensual. Pero, si alguno hacía bien algún servicio por él encomendado, a nadie dejaba nunca sin recompensar la diligencia. Por eso, se decía que Ciro tenía excelentes servidores en toda empresa. Y si llegaba a ver a alguno que era un admirable administrador con métodos justos, que equipaba el territorio que gobernaba y que generaba ingresos, jamás lo despojaba de nada, sino que siempre le concedía más. De modo que trabajaban con placer, obtenían ganancias con confianza y a lo que alguno había obtenido lo ocultaba lo menos posible de Ciro. Pues no se mostraba envidioso con los manifiestamente ricos, aunque procuraba servirse de las riquezas de quienes las ocultaban. 

Respecto a los amigos, a cuantos tuviese, a los que supiese que tenían buena predisposición y a los que juzgase capaces de ser colaboradores en lo que casualmente quisiese realizar, todos coinciden en que era excelente en atenderlos. Y por esto mismo, precisamente por lo que él se consideraba falto de amigos (para tener colaboradores), él también intentaba ser un colaborador excelente para sus amigos en lo que notase que cada uno quería. Creo que recibía muchísimos más regalos que cualquier hombre por muchos motivos. Más que nadie los distribuía especialmente entre los amigos, considerando el carácter de cada uno y de lo que viese que carecía especialmente cada uno. Y cuantas cosas le mandaban para el cuerpo o para la guerra o para adornarse, decían sobre estas cosas que él contaba que a su propio cuerpo no podría adornar con todo esto y que consideraba a los amigos bellamente engalanados como el mejor adorno para un hombre. Y que superase a los amigos haciéndoles grandes beneficios, no es sorprendente, dado que era muy poderoso. Pero que fuese superior en el interés por los amigos y el deseo de favorecerlos, esto a mí me parece que es más admirable. Ciro les mandaba muchas veces jarras de vino medio llenas cuando lo recibía muy dulce, diciendo que hacía mucho tiempo que no se encontraba con un vino tan dulce: "Por eso te lo mandó y te pide que hoy lo bebas todo con quienes más quieras". Muchas veces mandaba gansos a medio comer, mitades de panes y otras cosas por el estilo, ordenando decir al que los llevaba: "Estas cosas le gustaron a Ciro. Desea, entonces, que tú también las pruebes". Donde el forraje fuese muy escaso, él mismo podía proveerlo por tener muchos servidores y porque se preocupaba, y al hacerlo ordenaba a sus amigos arrojarlo a los caballos que ellos mismos cabalgaban, de modo que no pasasen hambre cuando llevasen a sus amigos. Y cuando viajaba, si muchos querían verlo, mandaba a llamar a sus amigos y hablaba de asuntos importantes para que fuese evidente a quiénes valoraba. 

Por lo tanto, yo creo —al menos a partir de las cosas que escucho— que nadie ha sido querido por mayor cantidad de personas, tanto griegos como bárbaros. Y esto también es prueba de ello: siendo Ciro un súbdito, nadie lo abandonó por el Rey, excepto Orontas, quien lo intentó. Y este, en efecto, al que creía que le era fiel, rápidamente descubría que era más amigo de Ciro que de él mismo. Muchos abandonaron al Rey por Ciro cuando se enemistaron entre ellos, y estos —los que eran especialmente queridos por aquél— consideraban que con Ciro, si eran valientes, conseguirían honores más valiosos que con el Rey. Lo sucedido al final de su vida, además, es una gran prueba de que también él era valiente y que podía distinguir correctamente a los fieles, benévolos y firmes. Porque habiendo muerto este, todos los amigos y compañeros de mesa que lo rodeaban murieron combatiendo por Ciro, excepto Arieo. Este se encontraba formado sobre el ala izquierda comandando a la caballería. Como notó que Ciro estaba muerto, huyó con todo el ejército que conducía. 

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