sábado, 30 de diciembre de 2023

El valor de la palabra en el mundo antiguo

Es sabido por todos que el lógos ocupaba un lugar destacado en la antigua sociedad griega. Las fuentes y los testimonios que han sobrevivido así lo demuestran, y a los receptores contemporáneos nos produce una sensación extraña. Los lectores estamos acostumbrados a la lectura de narraciones y descripciones de acciones y situaciones, pero descubrimos con sorpresa que gran parte de literatura griega está compuesta fundamentalmente por extensos diálogos o discursos. En otras palabras, la acción es mínima, mientras que la palabra ocupa el lugar destacado.

En los poemas homéricos, los héroes pasan casi más tiempo deliberando en la asamblea que luchando en el campo de batalla. En la tragedia, los personajes básicamente se la pasan dialogando o monologando sin que suceda nada significativo en escena. ¿Qué decir de los textos platónicos o de la oratoria forense? Incluso en la prosa histórica de Tucídides o Jenofonte, los discursos tienen tanta importancia como la narración de los hechos. Habría que avanzar algunos siglos hasta llegar a la novela pastoril del tipo Dafnis y Cloe para observar una progresión hacia formas literarias más similares a las nuestras.

¿Cómo podríamos explicar esta fascinación por la palabra en detrimento de la acción? Para encontrar una respuesta, conviene contextualizar culturalmente  esta pregunta. 

Luego del colapso de la civilización micénica, el pueblo griego se replegó en pequeñas ciudades independientes que quedaron en manos de los propios ciudadanos, quienes debían ponerse de acuerdo para administrar los asuntos públicos. Surge, así, la asamblea popular, una invención del genio griego que perdurará hasta nuestros días. Sabemos de su existencia ya en la "época oscura" gracias a los poemas de Homero. 

En estas nuevas ciudades griegas, los asuntos se administran y los problema se solucionan por la palabra, no por la fuerza, y los hombres entendieron la necesidad de hacerse entender con claridad y de convencer a los demás para poder llevar adelante cualquier acción que involucre a la comunidad. Por eso, incluso en los asuntos bélicos, los hombres deliberan frente a sus conciudadanos antes de emprender cualquier tipo de acción. Este nuevo espíritu democrático se perfeccionó en Atenas, y en su ensayo Los Griegos, el profesor Kitto describió así este nuevo espíritu político:

"Para el ateniense, el autogobierno mediante la discusión, la autodisciplina, la responsabilidad personal, la participación directa en la vida de la pólis en todos sus aspectos eran cosas que constituían una exigencia vital."

En consecuencia, los griegos hicieron de la discusión un verdadero arte, y se sentían fascinados por los discursos bien armados y bien declamados. Era también una forma de destacarse en la política y de ganar notoriedad. Hablar era para ellos una acción, pues tenía consecuencias prácticas. Hacer política en el mundo antiguo era sinónimo de hablar y de convencer. Resulta curioso que, en la actualidad, no demos valor al hablar para hacer política. Para un griego, hubiese sido impensable que un ciudadano se destacase políticamente sin saber expresarse correctamente ante un auditorio. 

Esta falta de atención a la palabra revela algo más profundo sobre nuestro sistema político, a saber, que no tiene realmente importancia la participación popular en la toma de decisiones. Si no existe una verdadera voluntad de comunicarse con la ciudadanía, es porque se la considera innecesaria en la toma de decisiones. Esta situación recuerda más a la política del palacio micénico que a la democracia asamblearia de los griegos. 

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