domingo, 31 de diciembre de 2023

La arenga de Jenofonte

Al final del libro II, Jenofonte cuenta que los generales originales del ejército mercenario griego fueron capturados por los bárbaros mediante un engaño  y luego decapitados (ver Los generales de los mercenarios griegos). En consecuencia, en el libro III, los soldados se encuentran en una situación desesperada y una depresión anímica se abate sobre el campamento por la noche. En medio de esta desesperación, aparece Jenofonte como el héroe que salva la situación y logra ordenar las ideas y emociones de sus camaradas en armas. En el primer capítulo del libro III, nos cuenta que reúne a los capitanes supervivientes y los convence de elegir nuevos generales para el ejército. Él, obviamente, es uno de los elegidos. Luego, en el segundo capítulo, reúnen a todo los soldados en una asamblea plenaria para que Jenofonte comunique el rumbo a seguir. 

El discurso que pronuncia el autor es doblemente significativo. Por un lado, marca un punto de inflexión en los acontecimientos, dado que da comienzo al retorno de los griegos a su patria. Por otro lado, es un ejemplo de una brillante habilidad oratoria, porque logra presentar una situación absolutamente adversa como favorable. Los griegos no tienen aliados, no poseen un mercado donde abastecerse, carecen de guías y de caballos. Sin embargo, Jenofonte infunde confianza en los soldados mostrando las adversidades como beneficios. 

A continuación, podrán leer el pasaje, cuya traducción me pertenece.


Jenofonte, Anabasis, III. 2. 7-39:

A continuación, Jenofonte se paró, preparado para la guerra lo más bellamente que pudo, creyendo que, si los dioses concedían la victoria, el más bello adorno encaja con la victoria, o si sería necesario morir, era correcto, habiéndose juzgado él mismo digno de los más bellos atuendos, encontrar la muerte con ellos. Y así comenzó su discurso: 

"Del perjurio y de la deslealtad de los bárbaros habla Cleanor, pero ustedes también lo saben, creo. Entonces, si queremos retomar la amistad con ellos, por fuerza estaremos muy desanimados viendo qué cosas sufrieron los generales, quienes se pusieron en sus manos confiando en ellos. Pero si tenemos la intención de hacer justicia con las armas por lo que han hecho y, de ahora en más, estar en guerra permanente contra ellos, tendremos muchas y buenas esperanzas de salvación."

Cuando él decía esto, alguien estornudó. Al oírlo, todos los soldados a la vez se arrodillaron ante el dios, y Jenofonte dijo: 

"Me parece, señores, que, como apareció el presagio de Zeus Salvador cuando hablábamos sobre nuestra salvación, debemos jurar que haremos sacrificios a este dios en agradecimiento en la primera tierra amistosa que alcancemos y también debemos jurar que sacrificaremos a los otros dioses en la medida de lo posible. A quien le parezca bien, levante la mano". 

Y todos la levantaron. A continuación, hicieron el voto y entonaron el peán. Cuando resolvieron los asuntos divinos, siguió así:

"Estaba diciendo que teníamos muchas y buenas esperanzas de salvación. Primero porque nosotros mantenemos en pie los juramentos a los dioses, mientras que los enemigos han perjurado y han roto la tregua contrariando los juramentos. Siendo así, es natural que los dioses sean contrarios a los enemigos, pero aliados con nosotros, quienes son capaces de hacer a los grandes rápidamente pequeños y a los pequeños, si están en peligro, de salvar fácilmente cuando quieren. Luego, les recordaré también también los peligros de nuestros antepasados, para que sepan que nos conviene ser valientes y que, con los dioses, se salvan de todo peligro los valientes. Pues habiendo marchado los persas y sus aliados con un ejército entero para destruir Atenas, los propios atenienses los vencieron habiéndose animado a enfrentarlos. Y como habían jurado a Artemis que sacrificarían tantas cabras a la diosa como enemigos matasen, cuando no podían encontrar las suficientes, les pareció sacrificar quinientas cada año, y aún hoy lo hacen. Luego, habiendo reunido más tarde Jerjes un ejército incontable, marchó contra Grecia y entonces vencieron nuestros antepasados a sus antepasados por tierra y por mar. Como prueba de esto, es posible ver los monumentos, y el mejor testimonio es la libertad de las ciudades en las que ustedes nacieron y se criaron, pues no se arrodillan ante ningún hombre, sino ante los dioses. De tales antepasados descienden. No digo que ustedes los avergüenzan; al contrario, hace no muchos días, formados en contra de los descendientes de aquellos, vencieron a muchos más que ustedes mismos con ayuda de los dioses. También entonces, luchando por el reinado de Ciro, fueron hombres valientes. Ahora, cuando el combate es por la propia salvación, les conviene ser mucho más valientes y más arrojados. Pero también conviene tener más confianza ante los enemigos. Antes, como no los conocíamos, veíamos inmenso su número, igualmente se atrevieron a ir contra ellos con el arrojo paterno. Ahora, cuando ya tenemos conocimiento de que no quieren enfrentarlos aún siendo muchos más, ¿por qué debemos seguir temiéndoles? Tampoco vayan a creer que son menos porque los de Ciro que antes estaban con nosotros ahora hayan desertado, pues estos son aún más cobardes que los que hemos derrotado: huían hacia aquellos habiéndolos abandonado. A quienes quieren liderar la huida, es mucho mejor verlos formados con los enemigos que en nuestra formación. Si a alguno lo desanima que no tengamos caballos, mientras que los enemigos muchos, piensen que mil caballos no son otra cosa que mil hombres. Nadie nunca murió en batalla mordido o pateado por un caballo. Los hombres son los hacedores de lo que sucede en las batallas. Entonces, nosotros estamos en un vehículo mucho más seguro que los caballos: ellos cuelgan sobre caballos temiéndonos no solo a nosotros, sino también al caerse, pero nosotros, parados sobre la tierra, golpeamos mucho más fuerte si alguien ataca y tendremos mucho más éxito donde queramos. En una sola cosa nos aventajan los caballos: es más fácil para ellos huir que para nosotros. Si tienen confianza en el combate, pero los aflige que Tisafernes ya no los guiará ni el Rey proveerá un mercado, vean si es mejor tener a Tisafernes como guía, quien evidentemente conspira contra nosotros, u ordenar que guíen a los que nosotros hayamos capturado, quienes sabrán que, si en algo nos fallan, fallarán en sus propias almas y cuerpos. Y respecto a las provisiones, si es mejor comprar en el mercado en el que ofrecían pequeñas porciones por mucha plata, ni aún teniéndola, o tomarlas nosotros mismos si podemos, proveyéndonos con cuantas porciones cada uno quiera. Si esto consideran que es mejor, pero consideran que los ríos son algo complicado y juzgan que se equivocaron mucho al cruzarlos, vean si acaso los bárbaros también han hecho tamaña estupidez. Pues todos los ríos, aunque fuesen infranqueables lejos de las fuentes, remontándose hacia ellas se vuelven franqueables ni llegan hasta la rodilla. Pero si ni los ríos nos dejan pasar ni aparece algún guía, ni aún así debemos desanimarnos. Pues sabemos que los misios, quienes no diríamos que son mejores que nosotros, habitan, en contra de la voluntad del Rey, muchas ciudades grandes y prósperas en el territorio. También sabemos que es igual con los písidas, y nosotros mismos vimos que los licaones, habiendo capturado fortificaciones en la llanura, cultivan sus tierras. Por mi parte, les diría que todavía no debemos hacer evidente que nos marchamos a casa, sino abastecernos como si fuésemos a instalarnos. Pues sé también que el Rey daría a los misios muchos guías y muchos rehenes como garantía de despacharlos sin trampa, y que incluso les haría un camino si se quisieran ir con cuadrigas. Sé que muy gustosamente nos haría esto a nosotros si viese que nos quedamos abasteciéndonos. Pero temo que, si aprendiésemos a estar ociosos y vivir en abundancia, nos unamos con bellas y altas mujeres de los medos y los persas, y como los lotófagos olvidásemos el camino a casa. Entonces, creo que es natural y justo que intentemos llegar a Grecia y a nuestros parientes, y mostremos a los griegos que son pobres porque quieren, siéndoles posible traer a los ciudadanos que ahora pasan dificultades en casa y verlos aquí ricos. Pero, señores, todos estos bienes claramente son de los vencedores. Es necesario decir cómo marcharíamos del modo más seguro posible y, si hay que luchar, cómo lucharíamos del mejor modo. Primero, entonces, me parece que debemos quemar los carros que tenemos para que nuestras yuntas no nos lideren, sino para que marchásemos por donde fuese útil para el ejército. Luego, también quememos las tiendas, pues estas ofrecen un problema al llevarlas, ni nada aportan para luchar ni para guardas las provisiones. Incluso deshagámonos de los bagajes superfluos de las otras tiendas, excepto aquellas que necesitemos para la guerra, la comida o la bebida, de modo que la mayoría de nosotros esté en armas y que la menor cantidad lleve bagajes. Pues sepan que, vencidos, todo es ajeno, pero si vencemos, también debemos considerar nuestros los bagajes enemigos. Me queda decir lo que me parece más importante. Vean que los enemigos no se atrevieron a declararnos la guerra antes de capturar a nuestros generales, creyendo que, estando los líderes y obedeciéndolos nosotros, seríamos capaces de ganar la guerra, pero capturando a los líderes, pereceríamos por la indisciplina y la anarquía. Entonces, deben los líderes de ahora ser mucho más cuidados que los de antes, y los dirigidos mucho más disciplinados y obedientes con los actuales líderes que antes. Si alguien desobedece, debemos votar que castigue con el líder quien de ustedes en cada ocasión estuviese presente. Así, los enemigos estarán muy confundidos, pues ese día verán a incontables Clearcos en lugar de uno solo, que a nadie permitirán ser cobarde. Pero ya es hora de terminar, pues quizás los enemigos se presentarán pronto. A quien esto le parezca bien, confírmelo lo más rápido posible para cumplirlo con hechos. Si hay alguna otra idea mejor, anímese a enseñarla, ya que todos necesitamos de una salvación común."

A continuación, dijo Quirísofo:

"Bueno, si hace falta agregar alguna otra cosa sobre esto que dijo Jenofonte, será posible hacerlo pronto. Lo que ha dicho recién, me parece que es lo mejor votarlo cuanto antes. A quien le parezca bien, levante la mano."

Todos la levantaron. Poniéndose de pie, volvió a hablar Jenofonte:

"Señores, oigan lo que me figuro. Claramente deberemos marchar por donde encontremos provisiones. Oigo que hay aldeas bellas a no más de veinte estadios de distancia. Entonces, que no nos asombre que los enemigos, como los perros cobardes que persiguen y muerden si pueden a los que pasan a su lado, también ellos mismos nos persigan al marcharnos. De todos modos, es más seguro para nosotros marchar en formación rectangular para que los bagajes y los civiles estén más seguros. Si ahora se designasen a los que deben conducir la formación y ordenar la vanguardia, y a los que estarán sobre ambos flancos y en la retaguardia, no haría falta deliberar cuando llegasen los enemigos, sino que usaríamos al instante a los formados. Si acaso alguno ve otra cosa mejor, hágase distinto. Si no, Quirísofo podría conducir, porque también es lacedemonio, de ambos flancos podrían ocuparse los dos generales más viejos, y de la retaguardia nosotros, los más jóvenes, yo y Timasión, por el momento. Posteriormente, habiendo experimentado con esta formación, deliberaremos lo que en cada ocasión parezca ser lo mejor. Si alguien ve algo mejor, dígalo."

Como nadie respondió, dijo: "Al que le parezca bien, levante la mano." Todos lo aprobaron. "Ahora", dijo, "vayámonos para hacer lo aprobado. Quien desea ver a sus parientes, recuerde ser un hombre valiente, pues no hay otro modo de que esto suceda. Quien desea vivir, intente vencer, pues es propio de los vencedores el matar y de los perdedores el morir. Si alguno desea riquezas, intente ganar, pues es propio de los ganadores salvar lo propio y tomar lo de los vencidos."

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